Escrita por Federico García Lorca. Versión y dramaturgia: José Manuel Mora y Marta Pazos. Dirección: Marta Pazos.
Una producción del Centro Dramático Nacional.
con Georgina Amorós, Marc Domingo, Alejandro Jato, Cristina Martínez, María Martínez, Clara Mingueza, Koldo Olabarri, Mabel Olea, Carlos Piera, María Pizarro, Chelís Quinzá, Luna Sánchez, Paula Santos y Camila Viyuela.
5 de diciembre de 2021. Teatro María Guerrero, Madrid. 110’ aprox.
Justo antes de la pandemia, Lluis Pascual dirigió esta obra inconclusa de Lorca con un segundo y un tercer acto que, sin pretender completarla, había escrito Alberto Conejero. No pudimos verla entonces pero Empuñando el alma, la película de Arantxa Vela Buendía sobre el trabajo de Lluís Pascual, nos permitió intuir cómo sería aquella obra. Marta Pazos tiene el acierto de no incluir ningún texto añadido y, tras un primer acto muy respetuoso con el de Lorca, crear otros dos movimientos sin más palabras que las que se proyectan en el fondo del escenario con fragmentos del primero y que sirven de presentación a las coreografías poéticas que se van componiendo solo con los cuerpos. A veces vemos el rostro del propio Lorca en una gran máscara mientras toca el piano. Luego evocaremos la escena del Un perro andaluz en la que un piano es arrastrado. Y también otras estampas más o menos surrealistas, más o menos ásperas o delicadas, hechas casi siempre a cuerpo limpio y desnudo por unos jóvenes perfectamente compenetrados. Las potentes lámparas cenitales colocadas con regularidad ortogonal recuerdan los espacios de Pascal Rambert en La clausura del amor, Ensayo o Hermanas. Pero a la desnudez del escenario, Marta Pazos le añade la fuerza radical de un color cítrico y unas músicas contemporáneas sacándole el mayor partido a esa gran trampilla en el suelo por la que entran y salen cuerpos que no llegan a ser personajes pero que recuerdan a aquel teatro bajo la arena que Federico reclamaba en El Público y que tan acertadamente entendió Juan Diego Botto en Una noche sin luna. Sé que la obra de Marta Pazos tiene más de plasticidad performativa que de teatro de texto, pero la posibilidad de ver en el escenario ese primer acto con el que Lorca se adelantó al teatro de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX, seguido de una propuesta cautivadora que no pretende remedar ni completar ese texto, hace que haya merecido la pena venir hoy al María Guerrero para ver este montaje tan atrevido y complejo. Lamentablemente, producciones así solo podemos verlas en teatros como este.