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viernes, 10 de junio de 2022

Variaciones enigmáticas

de Eric-Emmanuel Schmitt. Versión de Alberto Iglesias. Dirección: Román Calleja.
Producción: Palco Tres.
con Juan Gea y Alberto Iglesias.

10 de junio de 2022. Centro Niemeyer (auditorio), Avilés. 100’ aprox.

Erik Larsen llega  a una isla noruega  en la que vive ajeno a todo Abel Znorko, un premio Nobel de Literatura que acaba de publicar en libro con las cartas de amor que intercambió con una mujer. El motivo de la visita es hacerle una entrevista para un periódico provinciano. Aunque la verdadera razón es otra. Y es que la mujer de la que el escritor se separó hace doce años y con la que, desde entonces, mantuvo una apasionada correspondencia era la esposa de Larsen. Y falleció hace diez.

Durante buena parte de la obra las variaciones no son tan enigmáticas. De hecho, vamos intuyendo lo que cada uno de esos hombres esconde o ignora antes de que se revele. Es verdad que en el tramo final la cosa se acelera y cobra cierto interés la pregunta sobre si el amor puede mantenerse por correspondencia o si, en tal caso, sería posible obviar el sexo de los amantes epistolares. Pero es poco aliciente para una obra a la que no le ha sentado muy bien el paso del tiempo. Ni siquiera con ese subtexto sobre la homosexualidad que quiza explica por qué se representa ahora.

sábado, 10 de noviembre de 2018

La Strada

obra de Federico Fellini. Adaptación: Gerard Vázquez. Dirigida por: Mario Gas.
una producción de José Velasco.
con Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.

10 de noviembre de 2018. Centro Niemeyer, Avilés. 95’ aprox. Estreno absoluto.

Gelsomina, Zampanó y El Loco. Ella sufre la aspereza del primero y queda fascinada por la alegría del segundo. Son vagabundos del circo que se encuentran y desencuentran en las carreteras italianas de posguerra. Un drama poético sobre tres seres humanos a la intemperie.

Lo fácil (y estúpido) era recuperar la historia de Fellini a la luz de los tópicos del maltrato de género: la víctima, el bueno y el maltratador. Interpretar así La Strada sería no entender nada de la película. Es verdad que hay en ella dos masculinidades contrapuestas y una mujer desvalida. Pero si La Strada fue (y es) una gran película no es por eso, sino por su inmenso calado existencial y poético. Lo bronco, lo tierno, lo irónico, lo triste, lo vital, lo efímero y lo eterno. De eso va la película de Fellini y eso es lo que muy acertadamente ha rescatado Mario Gas en esta obra no apta para todos los públicos. La cadencia es demorada y elegiaca. Como corresponde a esa mirada triste sobre el circo que tenemos quienes considerábamos insufrible su alegría impostada porque intuíamos que era solo la máscara con que se ocultaba la pobreza. Y es ese imaginario tácito el que Mario Gas sabe aprovechar para crear el contexto de estos tres personajes que están magnificamente interpretados por Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias. Estando muy bien los tres, me ha gustado especialmente el tono que le ha dado ella al de Gelsomina, muy  distinto al que en la película interpretaba Giulietta Masina pero no menos intenso y apropiado. La Strada de Mario Gas ha contado también con una estupenda adaptación de Gerard Vázquez que ha tenido el acierto de rescatar todas las perlas poéticas del guión de la película haciendo que brillen especialmente en esta obra contenidísima, tristísima y a la que le viene muy bien el espacio del Niemeyer para subrayar el desvalimiento existencial de estos tres seres casi arquetípicos. Como era de esperar, la escenografía es muy oportuna con ese carromato con ciclomotor y esos tres arcos que parecen esqueletos circenses o puentes de luces cinematográficas desde los que unas pantallas proyectan evocaciones pseudofellinianas que dialogan espléndidamente con el contenido de cada escena. Así que, un año después de aquel encuentro delicioso que compartimos en el Palacio Valdés con José María Pou, ha sido un placer tener nuevamente en Avilés a Mario Gas y poder disfrutar con un nuevo estreno suyo. Seguramente su Strada exige del público bastante más que otras obras. Pero también pasa eso con la película de Fellini.

viernes, 31 de marzo de 2017

Incendios

de Wajdi Mouawad. Dirección: Mario Gas.
producción: Ysarca.
con Nuria Espert, Laia Marull, Ramón Barea, Germán Torres, Carlota Olcina, Alex García, Alberto Iglesias y Lucía Barrado.
 
31 de marzo de 2017. Centro Niemeyer (Auditorio), Avilés. 180’ aprox. (con descanso).


Las últimas voluntades de Nawal comprometen a sus hijos gemelos. Jeanne deberá entregar una carta a un padre que creían muerto y Simón deberá entregar otra a un hermano que no sabían que existía. Solo entonces el notario les dará la última carta de Nawal y podrán grabar su nombre en la lápida de su tumba. Porque después de tanto tiempo de silencio ya no quedará una promesa sin cumplir.

Intérpretes, dirección y texto. Son los mimbres con los que se hace el buen teatro. El que incendia el corazón del espectador en noches tan extraordinarias como esta. Los ocho actores están perfectos componiendo los veinte personajes de esta tragedia que es a la vez canadiense, libanesa y clásica. Laia Marull está radiante en esa Nawal adolescente que, tras conocer la felicidad en el bosque, aprende de su abuela que solo huyendo de la miseria es posible cortar el hilo de la ira. Y también está perfecta en esa Nawal adulta y juiciosa que, después de ser la mujer que canta, acabará teniendo el mayor de los motivos para el silencio. Igual que de Laia Marull, de Ramón Barea solo cabe esperar lo mejor y esta noche nos lo regala una vez más con ese notario amigo de la Nawall madura que será como un buen padre o un buen abuelo para esos gemelos que nunca los tuvieron. También está impresionante Ramón Barea en sus interpretaciones de los contenidos y dolientes personajes libaneses (el médico, Abdessamad y Malak). Como Alex García Simón en el papel de ese Simón que tanto tendrá que aprender. O Carlota Olcina en esa Jeanne reflexiva y matemática que sabe escuchar y quiere entender. O un Alberto Iglesias más que polivalente bordando sus seis personajes. O German Torres en el difícil papel de ese Nihad temible que tras romperse el hilo de la ira encontrará cobijo bajo la lluvia. Pero, por supuesto, hay que hablar de lady Nuria Espert (como la llama Marcos Ordóñez), la clave de bóveda de este elenco impecable. Tras demostrar su poderío en el papel de la madre (patrone) de la Nawal niña, nuestra último Premio Princesa de Asturias de las Artes consigue emocionarnos hasta la lágrima con los grandiosos monólogos de esa abuela que sabe dar la mejor lección posible a la nieta adolescente y de esa Nawal madura que reivindica la dignidad en el juicio y que romperá su silencio con esas tres cartas en las que la verdad solo se hace aceptable cuando se mantiene la promesa del amor. Así que dentro de muchos años podré decir que vi a Nuria Espert en La violación de Lucrecia y también en Incendios. Pero un elenco tan mayúsculo y tan afinado solo puede brillar como merece si la puesta en escena está a la altura del texto. Y la de Incendios no ha podido tener mejor director que Mario Gas. Un escenario sobrio y contundente que no se acompleja ante la monumentalidad del Niemeyer y que solo necesita para ser soberbio una pared frontal en la que abrir puertas o ventanas y proyectar con pertinencia palabras e imágenes, un espacio a la vez diáfano y oscuro en el que se centra perfectamente el drama y unos laterales de arena que hacen fáciles esas intersecciones de tiempos y espacios tan habituales en el teatro de Wajdi Mouwad. Además, Mario Gas sabe dar el ritmo oportuno al fluir de las escenas para hacer fascinantes estas tres horas para un público conmovido que apenas tose, porque está callado, concentrado y hasta emocionado. Algo así solo es posible cuando la dirección consigue estar a la altura del texto (que es mucha). Y es que Incendios (que para mi ya fue una historia inolvidable en la película de Denis Villeneuve) es un texto mayor, una tragedia intemporal. Es la segunda obra de una tetralogía imprescindible que lleva por título La sangre de las promesas y que ha ido componiendo, a la vez en el papel y sobre las tablas, ese gran autor canadiense y libanés que es Wajdi Mouawad (del que hace un par de años se estrenó en el Palacio Valdés el monólogo Un obus en el corazón). Incendios sigue la senda de Litoral, la del regreso a los orígenes ignorados por unos jóvenes cuyas vidas están marcadas por la herencia de las guerras. En Bosques la epopeya familiar es más abstracta y coral y el regreso no será a Oriente Medio sino a la Europa que en el siglo XX quiso ser protagonista de todas las guerras. La serie se cierra con Cielos, un revelador análisis del presente (y quizá también una advertencia sobre el futuro) en el que Internet, un cuadro y algunos museos aportan claves para entender lo que nos pasa. Y, como siempre con Mouawad, también para entender lo que les pasa a unos padres y a unos hijos. Porque, como dicen los primeros protagonistas del verdadero amor de Incendios, "pase lo que pase, te querré siempre" y, como revela una voz desde Cielos, "todo hombre que mata a un hombre es un hijo que mata a un hijo". Dos lecciones existenciales entre las muchas que contiene esta tetralogía que ojalá pronto podamos ver completa aquí. Qué gran motivo, por ejemplo, para una coproducción de altos vuelos entre el Centro Niemeyer y La Abadía. Las magníficas traducciones de Eladio de Pablo están disponibles. Y, como se ha visto esta noche, en nuestro país no faltan actores y directores superlativos. Pero no nos hagamos ilusiones. Para ese tipo de ambiciones culturales siempre faltan los medios y sobran los miedos. Así que solo nos queda esperar que, como decía Ángel González, otro tiempo vendrá distinto a este.


viernes, 10 de julio de 2015

Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano

de Mario Gas y Alberto Iglesias. Dirección: Mario Gas.
una coproducción del Festival de Mérida, Grec y Teatre Romea
con José María Pou, Carles Canut, Amparo Pamplona, Pep Molina, Borja Espinosa, Ramón Pujol y Guillem Motos.
 
10 de julio de 2015. Teatro Romano. 61º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 90’ aprox.


La acusación de Meleto, la defensa en el juicio, la última noche conversando con Critón... Y la muerte de aquel hombre que, según quienes lo conocieron, era el más sabio y el más justo.

Cerca de la orchestra un círculo negro sobre el que se proyecta una luz azul. A su alrededor unos bancos de madera que casi se continúan con nuestros asientos de piedra. Todo enmarcado en el lugar más oportuno para representar el juicio y la muerte de aquel héroe de la cultura occidental. La iluminación no nos oculta del todo, como si también fuéramos partícipes de una decisión que trascenderá los siglos. Los hechos que se representan son los descritos por Platón en la Apología, en el Critón y en el Fedón. Mario Gas y Alberto Iglesias han seleccionado los pasajes más oportunos y han tenido el acierto de dejar que las palabras que se oyen en este impresionante espacio sean casi siempre las del propio Platón. En ese conjunto magnífico solo desentonan un prólogo y un epílogo que pretenden subrayar lo que no es necesario: que aquel drama ateniense es intemporal y que los hechos que hoy se rememoran en Mérida ayudan a entender lo que nos pasa. Me sobra particularmente ese distanciamiento entre Pou y su personaje cuando se dirige al público para reivindicar el teatro frente a las toses y los móviles (que muchos aplaudan la riña demuestra que nos ha sacado del drama). Todo lo demás son aciertos. La rotundidad con que ese gran actor que es Pou encarna al viejo Sócrates al que hace protagonista incluso cuando no habla. La réplica perfecta como Critón de un Carlos Canut que, por físico y presencia, también podría haber estado bien en el papel del tábano de Atenas. La excelente idea de abrir la obra con la evocación a varias voces de la muerte de Sócrates tal como se describe al final del Fedón. La brillantez con que se destaca el pasaje del Critón en que hablan las leyes en el emocionante diálogo con el amigo y en la voz interior de ese daimon al que Sócrates escucha en silencio. Los contrapuntos que aportan los soliloquios de Jantipa (que con un texto estupendo humaniza aún más al protagonista) o de Meleto (al que hubiera preferido que, en lugar de mostrar dudas hamletianas que lo emparentan con el Judas de Jesucristo, hubiera mostrado un mayor distanciamiento del héroe con alguna crítica que pudiera anticipar la nietzscheana). Y también la representación de una muerte que al final de la obra ya parece reminiscencia de las ideas del deber y la justicia, asociadas para siempre con el pago de un gallo. Esta noche hemos asistido a un magnífico juego de espejos entre realidad, literatura y filosofía. Ante nosotros se ha representado lo que parece un impresionante texto teatral sobre un héroe mítico. Pero las palabras que se han escuchado en Mérida no son verdadera literatura sino hermosa filosofía y el hombre cuyo juicio y muerte presenciamos no es un personaje ideal sino el maestro real del filósofo cuyos textos fueron homenaje perpetuo a aquel pensador ágrafo. Una experiencia más que teatral que no podrá ser igual lejos de estas piedras. Pero que resulta más que edificante en estos tiempos en que el huracán wertiano ha dejado malparada a la filosofía en las aulas españolas. Precisamente por eso les comentaba hace unos días a los responsables del Centro Niemeyer lo singular de la oportunidad que se presenta este otoño con la concesión del Premio Princesa de Asturias a Emilio Lledó. Sería magnífico aprovechar la presencia en Asturias del maestro e invitarlo a Avilés para hacerlo coincidir con este Sócrates redivivo por estos monstruos del teatro que tantas obras han representado (y estrenado) en nuestra ciudad. Ya me imagino lo inolvidable que sería para todos (sobre todo para los jóvenes) la experiencia de escuchar al venerable maestro de nuestro tiempo tras ver en el escenario al maestro de maestros de todos los tiempos. Algo así no sería solo un hito memorable sino el complemento perfecto al homenaje que Lledó recibirá en Oviedo. Y una oportuna manera de celebrar que la historia de la filosofía seguirá estando viva en las aulas asturianas a pesar de los Meletos actuales que han pretendido su muerte.

sábado, 30 de agosto de 2014

El largo viaje del día hacia la noche

de Eugene O'Neill. Versión de Borja Ortiz de Gondra. Dirección: Juan José Afonso. 
produce: Grupo Marquina.
con Mario Gas, Vicky Peña, Alberto Iglesias, Juan Díaz  y Mamen Camacho.

30 de agosto de 2014. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 150’ aprox. (con descanso). Estreno absoluto
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Una jornada familiar en una casa de verano. Dos hijos que detestan a su padre. Una madre que busca alivio en las drogas. La niebla y la sirena del faro han hecho difícil la noche. El día lo será más para estos cuatro personajes unidos por los recelos.

Dos horas y media para resumir un día. Y cuatro vidas. La de un hombre hecho a si mismo que no deja espacio para los suyos. Las de unos hijos que no han sabido dejar de serlo. Y la de una madre en la que nadie confía. Aquí la droga es femenina, solitaria y destructiva. El alcohol no. Con él se construyen complicidades masculinas que hacen soportable el rencor. Lo autobiográfico domina una historia que es más de atmósferas y relaciones que de sucesos.  Mario Gas y Vicky Peña regresan a Avilés (él estuvo aquí en junio con Julio César, ella en diciembre con El diccionario) para estrenar esta obra que, con una puesta en escena sobria, da todo el protagonismo al texto y a los actores. O mejor dicho a la actriz principal. Porque, aunque la presencia y la voz de Mario Gas encarnan con solvencia a ese padre egocéntrico y Alberto Iglesias y Juan Díaz están bien como hijos atormentados, es (otra vez) Vicky Peña la que destaca especialmente. Tanto que a su lado parecen secundarios todos los demás. Con este nuevo estreno se cierran las jornadas teatrales del agosto avilesino. Igual que Jugadores, seguramente El largo viaje  dará que hablar en Madrid.