sábado, 31 de agosto de 2019

Señora de rojo sobre fondo gris

de Miguel Delibes. Adaptacion para teatro de José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña. Producida y dirigida por José Sámano. 
con José Sacristán.

31 de agosto de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 85’ aprox.

La mujer de rojo es Ana y Nicolás nos cuenta emocionado los últimos tiempos con ella. Los de aquella felicidad completa que la enfermedad truncó. Él era pintor y ella tenía cuarenta y ocho años cuando murió. La misma edad que Ángeles, la mujer de Miguel Delibes, de la que quizá fue Julián Marías quien dijo que era una de esas personas que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir. O de la que Paco Umbral habría dicho que era una de esas mujeres que no tenían derecho a envejecer.   

Textos y obras para la consolación. Testimonios llenos de emoción en los que una voz desde el presente comparte el dolor por la ausencia y busca el calor del recuerdo. Yo sé de lo que hablo. Hablo, por ejemplo, de Inconsolable, el alegato  de Javier Gomá a favor de la ejemplaridad que tan magníficamente interpretó Fernando Cayo y dirigió Ernesto Caballero. Hablo de Ordesa, la novela de Manuel Vilas llena de poesía y amargura que entre otras cosas nos revela la importancia de los restos. O hablo de Réquiem, la conmovedora evocación de Ester Bellver que con apenas un galán de noche y un círculo de perchas consigue definir retrospectivamente la ternura. Hace casi treinta años Miguel Delibes también escribió un monólogo en segunda persona que trataba de todo eso. De la ejemplaridad, de la ausencia y de la ternura. El protagonista era un pintor incapaz de enfrentarse al lienzo en blanco cuando su mujer enfermó. Como debió sentirse el propio Delibes ante la página en blanco cuando Ángeles dejó de ser el cascabel que llenaba su vida y conseguía que los ángeles bajaran a su cabeza. Señora de rojo sobre fondo gris es, por tanto, un texto consolador. Es decir, preparador y reparador de los sentimientos que provoca la pérdida de los seres queridos. Por eso era un inmenso reto conseguir que su emoción estuviera completa en el escenario, que el lector no echara en falta desde la butaca su intensidad emotiva. Pero el resultado es impecable. De hecho, parece que fuera el propio Delibes quien hubiera elegido las frases del libro que esta noche ha pronunciado en su nombre un José Sacristán inolvidable. A sus ochenta y un años está aquí impresionante. Intenso hasta la lágrima (la suya y la nuestra) y conmovedor en esas interrupciones que mientras nos habla le provoca lo que piensa. El suyo es un teatro de palabras radicales y de gestos mínimos. De esas palabras y esos gestos que acarician el corazón de los seres atencionales de los que habla Gomá en Inconsolable. Y todo eso es posible porque hay un autor y un actor notabilísimos y en perfecta sintonía aunque ahora les separe la frontera entre la vida y la muerte. Y porque los acompaña la dirección perfecta y sutilísima de un José Sámano que ha sabido hacer que apenas un cambio de luz lo diga todo sobre un rostro roto o sobre una ausencia presente. Señora de rojo sobre fondo gris es un retablo de sentimientos universales que se inspira en una imagen singular y fascinante. La de quien no estando ya aún sigue consolando.  

viernes, 9 de agosto de 2019

La fuerza del cariño

de Dan Gordon. Versión y dirección: Magüi Mira. 
una producción de Pentación Espectáculos.
con Lolita Flores, Luis Mottola, Antonio Hortelano y Marta Guerras.

9 de agosto de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.

Aurora y su hija Emma están muy unidas. Y eso que no se soportan y no dejan de hacerse reproches. Aurora es viuda desde hace tiempo y ahora le hace tilín un vecino seductor que antes fue astronauta. Emma se ha casado con un profesor algo pánfilo con el que comparte una hija y luego una separación. La relación entre los cuatro resulta bastante animada. Hasta que el cáncer de Emma lo cambia todo y revela la fuerza del cariño.

No era fácil. La película de James L. Brooks ya tiene treinta y seis años y el tiempo se le nota al interés de una historia que tiene en el cáncer de la hija el rubicón entre la comedia y el drama. De modo que, al margen de las estupendas interpretaciones de Shirley MacLaine y Jack Nicholson, lo que sigue conservando más valor de aquella historia es el conmovedor papel de los niños y los dilemas que acercan a Emma a la Ann de Mi vida sin mi (aquel dramón de Isabel Coixet). Así que, al prescindir de ellos y acentuar los perfiles cómicos de las relaciones entre los adultos, Magüi Mira convierte aquel melodrama otra cosa. Ello no empaña la dignidad de la propuesta escénica o la pertinencia de mantener en escena a los actores silentes cuando sus personajes no intervienen. También están correctos los cuatro intérpretes, aunque me ha gustado especialmente Marta Guerras a la que ya vimos hace cuatro años haciendo un trabajo estupendo en aquella magnífica Trinidad de Ana Valbuena que tuvimos la suerte de tener en el off del Niemeyer. Su personaje en esta obra es complicado por excesivo pero ella borda esa caricatura de una adolescente histérica actual y seguramente desarrollaría también con solvencia su momento más dramático si hubiera tenido más recorrido a esa parte. De Lolita sigo añorando papeles tan extraordinarios como el de la Colometa de La plaza del diamante que dirigió Joan Ollé y que también vimos aquí hace cinco años. Ella tiene mucha fuerza interpretativa pero no es en modo cómico ni trágico donde la encuentro mejor. Es en la contención de los monólogos sobrios y sinceros donde consigue emocionarme hasta la lágrima. Ojalá vuelva a protagonizar pronto otras historias que le resulten tan propicias como aquella. Por lo demás, sigo lamentando esta tendencia a amplificar las voces en espacios que no lo requieren. Eso no hace más que falsificar el trabajo de los actores y pervertir la experiencia teatral acercándola a otro tipo de espectaculos hipertecnificados que no tienen una historia bimilenaria. Pero lo que me resulta ya insoportable es la obscenidad con que no solo oímos el dispositivo sino que también lo vemos al obligar a los actores a llevar bajo los calzoncillos esos paquetes digitales o esos cables pegados por la espalda en obras que, como esta, tienen una acusada querencia por la lencería.