texto y dirección: Alfredo Sanzol.
una producción de Teatro de la Ciudad. Coproduce Teatro de La Abadía
con Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón.
23 de diciembre de 2017. Teatro Rosalía de Castro, La Coruña. 125’ aprox.
una producción de Teatro de la Ciudad. Coproduce Teatro de La Abadía
con Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras y Eva Trancón.
23 de diciembre de 2017. Teatro Rosalía de Castro, La Coruña. 125’ aprox.
Felipe II ha decidido enviar a Inglaterra a las hijas de la reina esmeralda para casarlas con dos nobles. Ella
odia a los hombres así que usa sus poderes mágicos para provocar una
tormenta que las llevará a una isla desierta en la que
podrán vivir felices lejos de ellos. Sin embargo, en la isla vive un
leñador misógino que también quería evitar a sus hijos cualquier
contacto con las mujeres.
Despedimos este año de teatro en esta escapada corta a La Coruña en la que hemos tenido la suerte de coincidir con esta obra de la que tanto bueno se ha dicho. La ternura tiene un título que casi resume una de las características que comparten las fascinantes obras que he visto de Sanzol (Días estupendos, En la Luna, Aventura, La calma mágica y La respiración). Aunque hay una confesada inspiración shakespeariana, La ternura es mucho más (y mucho mejor) que una recreación de comedias clásicas desde la fértil y singular mirada de un autor contemporáneo. Es una apuesta maravillosamente lúdica y original por conciliar una comedia tierna con una reflexión hilarante sobre las variantes del amor (hetero, homo, paterno, filial y hasta renegado). Una apuesta virtuosa en la construcción de un texto que consigue que no perdamos el interés ni un segundo y que requiere unos actores extraordinariamente conjuntados para mantener estas dos horas de alegría radicalmente contagiosa con momentos tan increíbles como el del intercambio de personajes o la desternillante locura amorosa del tramo final. Con una escenografía mínima, un uso magnífico del color en el vestuario (y en los nombres de los personajes) y unas interpretaciones superlativas, este regalo de Alfredo Sanzol ha sido la mejor manera de despedir un año en el que tanto bueno hemos visto en el teatro.