sábado, 2 de diciembre de 2017

Himmelweg (camino del cielo)

de Juan Mayorga. Dirección: Raimon Molins.
una producción de Atrium Produccions
con Patricia Mendoza, Raimon Molins y Guillem Gefaell.

2 de diciembre de 2017. Centro Niemeyer (Club), Avilés. 95’ aprox. Ciclo Off-Niemeyer
.

Una delegada de la Cruz Roja visita un campo de judíos. El oficial nazi que lo dirige la recibe con cortesía. También el alcalde de una comunidad que parece modélica. Con niños que juegan a la peonza, parejas que cortejan y un viejo reloj que siempre marca las seis, la hora en que llegan los trenes que ella no ve.

Sutilezas programáticas. Así destaqué en una conferencia que di con motivo de los 25 años de la recuperación del teatro Palacio Valdés algunas de las virtudes del teatro que podemos ver en esta ciudad. Esas sutilezas, a las que en Avilés ya estamos acostumbrados, son las que permiten que ayer estuviéramos en el Gueto de Varsovia con El cartógrafo y hoy, sin salir del mundo teatral de Mayorga ni de los espacios escénicos del Niemeyer, visitemos el campo de Theresienstadt. Como sucede en buena parte de su obra, Himmelweg no trata solo de lo que trata. También es una reflexion sobre el teatro y sobre sus complejas relaciones especulares con la realidad. De hecho, no acabamos de saber si la impostura cultural de ese oficial nazi o la corresponsabilidad del lider de la comunidad judia y de la informante internacional correspondían a la ingenuidad propia de la banalidad del mal o fueron simulacros deliberados en un mundo en el que la realidad superaba cualquier pesadilla imaginable. Lo cierto es que lo que Mayorga nos presenta (sobre el mismo espacio que visitó hace unos años Claude Lanzmann en ese documento cinematográfico imprescindible que es El último de los injustos) es una reflexión sobrecogedora sobre el mal más radical convertido en simulacro doble: el que ahora se representa para nosotros y el que representaron entonces  aquellos tristes actores que solo aspiraban a sobrevivir a cada función. Habiendo leído el texto, me resulta extraño que sea una mujer con maneras tan contemporáneas la que haga de informante de la Cruz Roja. Pero luego entiendo que la apuesta por reducir al máximo los intérpretes dando un protagonismo poético perfecto a esas marionetas tan bien animadas hace lógico que sea Patricia Mendoza la que asuma (y lo hace muy bien) ese papel. Por lo demás, los tres están magníficos, aunque hay que destacar especialmente el esfuerzo de Raimon Molins en un papel intensísimo (es casi un monólogo) y en la dirección de una obra que consigue sacar el mejor partido a un texto en el que Mayorga demuestra que una misma historia se puede repetir a la vez como tragedia y como farsa.