sábado, 8 de enero de 2022

Shock 1 (el Cóndor y el Puma)

Texto: Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga. Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima. Dirección: Andrés Lima.
Producción: Centro Dramático Nacional
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on Antonio Durán "Morris", Natalia Hernández, Esteban Meloni, María Morales, Paco Ochoa, Guillermo Toledo y Juan Vinuesa.

8 de enero de 2022. Teatro Jovellanos, Gijón. 165’ aprox. (con descanso)

La doctrina del shock como estrategia para el sometimiento individual y colectivo. A la voluntad de los torturadores. A los designios del imperio. El experimento tuvo su origen a finales de los cincuenta en los alegres despachos de los jerarcas de Estados Unidos, en las alucinadas lecciones de los economistas de Chicago y también en aquella Escuela de las Américas que adiestró en las técnicas del shock a los milicos del patio trasero. Asistimos a su desarrollo en el Chile que derroca a Allende, en la Argentina que ahoga los gritos de la Escuela de Mecánica de la Armada con la euforia futbolera y en toda la América Latina con las venas aún más abiertas en aquellos tiempos en que el Cóndor operaba y los helicópteros Puma enterraban en el mar a tantos desaparecidos.

Una plataforma giratoria en el centro del escenario. Al fondo, a la izquierda y a la derecha, tres grandes pantallas y tres gradas con público. En la plataforma se recrean hechos terribles que tuvieron como protagonistas a Nixon, a Kissinger, a Friedman, a Pinochet, a Videla o a Thatcher. También vemos a Allende, a Violeta Parra, a las madres de la Plaza Mayo y escuchamos algunos testimonios de torturas que se recogen en el Informe Sábato. Es teatro documental pero quizá sirva para ilustrar a los que no vivieron aquellos hechos sobre la obscenidad del mundo en que han nacido. Y para que no lo olvidemos nunca los que fuimos conscientes de tanta infamia. Por eso el intenso aplauso final seguramente es a la vez teatrero y político. Sin embargo, hay algo inquietante en el hecho de que las músicas en inglés de los Rolling Stone y George Michael resulten tan animadas para el público y nos nos acompañen alegremente en el receso y al término de la obra. O en que casi se celebre en el patio de butacas la euforia de Kempes cuando los actores interpretaban momentos futbolísticos. El opio del pueblo es tan adictivo que ni siquiera se le reconoce cuando el teatro intenta denunciar la alienación imperiófila y la desencefalización futbolera. Así fueron las cosas. Y así son todavía.