obra de Federico Fellini. Adaptación: Gerard Vázquez. Dirigida por: Mario Gas.
una producción de José Velasco.
con Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.
con Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.
10 de noviembre de 2018. Centro Niemeyer, Avilés. 95’ aprox. Estreno absoluto.
Gelsomina, Zampanó y El Loco. Ella sufre la aspereza del primero y queda fascinada por la alegría del segundo. Son vagabundos del circo que se encuentran y desencuentran en las carreteras italianas de posguerra. Un drama poético sobre tres seres humanos a la intemperie.
Lo fácil (y estúpido) era recuperar la historia de Fellini a la luz de los tópicos del maltrato de género: la víctima, el bueno y el maltratador. Interpretar así La Strada sería no entender nada de la película. Es verdad que hay en ella dos masculinidades contrapuestas y una mujer desvalida. Pero si La Strada fue (y es) una gran película no es por eso, sino por su inmenso calado existencial y poético. Lo bronco, lo tierno, lo irónico, lo triste, lo vital, lo efímero y lo eterno. De eso va la película de Fellini y eso es lo que muy acertadamente ha rescatado Mario Gas en esta obra no apta para todos los públicos. La cadencia es demorada y elegiaca. Como corresponde a esa mirada triste sobre el circo que tenemos quienes considerábamos insufrible su alegría impostada porque intuíamos que era solo la máscara con que se ocultaba la pobreza. Y es ese imaginario tácito el que Mario Gas sabe aprovechar para crear el contexto de estos tres personajes que están magnificamente interpretados por Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias. Estando muy bien los tres, me ha gustado especialmente el tono que le ha dado ella al de Gelsomina, muy distinto al que en la película interpretaba Giulietta Masina pero no menos intenso y apropiado. La Strada de Mario Gas ha contado también con una estupenda adaptación de Gerard Vázquez que ha tenido el acierto de rescatar todas las perlas poéticas del guión de la película haciendo que brillen especialmente en esta obra contenidísima, tristísima y a la que le viene muy bien el espacio del Niemeyer para subrayar el desvalimiento existencial de estos tres seres casi arquetípicos. Como era de esperar, la escenografía es muy oportuna con ese carromato con ciclomotor y esos tres arcos que parecen esqueletos circenses o puentes de luces cinematográficas desde los que unas pantallas proyectan evocaciones pseudofellinianas que dialogan espléndidamente con el contenido de cada escena. Así que, un año después de aquel encuentro delicioso que compartimos en el Palacio Valdés con José María Pou, ha sido un placer tener nuevamente en Avilés a Mario Gas y poder disfrutar con un nuevo estreno suyo. Seguramente su Strada exige del público bastante más que otras obras. Pero también pasa eso con la película de Fellini.