viernes, 31 de marzo de 2017

Incendios

de Wajdi Mouawad. Dirección: Mario Gas.
producción: Ysarca.
con Nuria Espert, Laia Marull, Ramón Barea, Germán Torres, Carlota Olcina, Alex García, Alberto Iglesias y Lucía Barrado.
 
31 de marzo de 2017. Centro Niemeyer (Auditorio), Avilés. 180’ aprox. (con descanso).


Las últimas voluntades de Nawal comprometen a sus hijos gemelos. Jeanne deberá entregar una carta a un padre que creían muerto y Simón deberá entregar otra a un hermano que no sabían que existía. Solo entonces el notario les dará la última carta de Nawal y podrán grabar su nombre en la lápida de su tumba. Porque después de tanto tiempo de silencio ya no quedará una promesa sin cumplir.

Intérpretes, dirección y texto. Son los mimbres con los que se hace el buen teatro. El que incendia el corazón del espectador en noches tan extraordinarias como esta. Los ocho actores están perfectos componiendo los veinte personajes de esta tragedia que es a la vez canadiense, libanesa y clásica. Laia Marull está radiante en esa Nawal adolescente que, tras conocer la felicidad en el bosque, aprende de su abuela que solo huyendo de la miseria es posible cortar el hilo de la ira. Y también está perfecta en esa Nawal adulta y juiciosa que, después de ser la mujer que canta, acabará teniendo el mayor de los motivos para el silencio. Igual que de Laia Marull, de Ramón Barea solo cabe esperar lo mejor y esta noche nos lo regala una vez más con ese notario amigo de la Nawall madura que será como un buen padre o un buen abuelo para esos gemelos que nunca los tuvieron. También está impresionante Ramón Barea en sus interpretaciones de los contenidos y dolientes personajes libaneses (el médico, Abdessamad y Malak). Como Alex García Simón en el papel de ese Simón que tanto tendrá que aprender. O Carlota Olcina en esa Jeanne reflexiva y matemática que sabe escuchar y quiere entender. O un Alberto Iglesias más que polivalente bordando sus seis personajes. O German Torres en el difícil papel de ese Nihad temible que tras romperse el hilo de la ira encontrará cobijo bajo la lluvia. Pero, por supuesto, hay que hablar de lady Nuria Espert (como la llama Marcos Ordóñez), la clave de bóveda de este elenco impecable. Tras demostrar su poderío en el papel de la madre (patrone) de la Nawal niña, nuestra último Premio Princesa de Asturias de las Artes consigue emocionarnos hasta la lágrima con los grandiosos monólogos de esa abuela que sabe dar la mejor lección posible a la nieta adolescente y de esa Nawal madura que reivindica la dignidad en el juicio y que romperá su silencio con esas tres cartas en las que la verdad solo se hace aceptable cuando se mantiene la promesa del amor. Así que dentro de muchos años podré decir que vi a Nuria Espert en La violación de Lucrecia y también en Incendios. Pero un elenco tan mayúsculo y tan afinado solo puede brillar como merece si la puesta en escena está a la altura del texto. Y la de Incendios no ha podido tener mejor director que Mario Gas. Un escenario sobrio y contundente que no se acompleja ante la monumentalidad del Niemeyer y que solo necesita para ser soberbio una pared frontal en la que abrir puertas o ventanas y proyectar con pertinencia palabras e imágenes, un espacio a la vez diáfano y oscuro en el que se centra perfectamente el drama y unos laterales de arena que hacen fáciles esas intersecciones de tiempos y espacios tan habituales en el teatro de Wajdi Mouwad. Además, Mario Gas sabe dar el ritmo oportuno al fluir de las escenas para hacer fascinantes estas tres horas para un público conmovido que apenas tose, porque está callado, concentrado y hasta emocionado. Algo así solo es posible cuando la dirección consigue estar a la altura del texto (que es mucha). Y es que Incendios (que para mi ya fue una historia inolvidable en la película de Denis Villeneuve) es un texto mayor, una tragedia intemporal. Es la segunda obra de una tetralogía imprescindible que lleva por título La sangre de las promesas y que ha ido componiendo, a la vez en el papel y sobre las tablas, ese gran autor canadiense y libanés que es Wajdi Mouawad (del que hace un par de años se estrenó en el Palacio Valdés el monólogo Un obus en el corazón). Incendios sigue la senda de Litoral, la del regreso a los orígenes ignorados por unos jóvenes cuyas vidas están marcadas por la herencia de las guerras. En Bosques la epopeya familiar es más abstracta y coral y el regreso no será a Oriente Medio sino a la Europa que en el siglo XX quiso ser protagonista de todas las guerras. La serie se cierra con Cielos, un revelador análisis del presente (y quizá también una advertencia sobre el futuro) en el que Internet, un cuadro y algunos museos aportan claves para entender lo que nos pasa. Y, como siempre con Mouawad, también para entender lo que les pasa a unos padres y a unos hijos. Porque, como dicen los primeros protagonistas del verdadero amor de Incendios, "pase lo que pase, te querré siempre" y, como revela una voz desde Cielos, "todo hombre que mata a un hombre es un hijo que mata a un hijo". Dos lecciones existenciales entre las muchas que contiene esta tetralogía que ojalá pronto podamos ver completa aquí. Qué gran motivo, por ejemplo, para una coproducción de altos vuelos entre el Centro Niemeyer y La Abadía. Las magníficas traducciones de Eladio de Pablo están disponibles. Y, como se ha visto esta noche, en nuestro país no faltan actores y directores superlativos. Pero no nos hagamos ilusiones. Para ese tipo de ambiciones culturales siempre faltan los medios y sobran los miedos. Así que solo nos queda esperar que, como decía Ángel González, otro tiempo vendrá distinto a este.