Texto: Juan Mayorga. Dirección: Alfredo Sanzol.
Producción: Centro Dramático Nacional.
con Elena González, Elías González y Vicky Luengo.
29 de abril de 2022. Centro Niemeyer (auditorio), Avilés. 110’ aprox.
Felicia va cada día al hospital para ver a Ismael. La situación fuera es muy complicada y dentro todo es extraño. Hay habitaciones numeradas con tres cifras cuyo orden a veces se confunde. Hay una mesa elíptica en un paraíso subterráneo en la que escriben los enfermos. Hay un matemático que da explicaciones y busca ascensores. Y también hay una traductora que le ofrece a Felicia un trato para que se pueda curar Ismael. Consiste en memorizar las palabras de un libro escrito en una lengua que desconoce. Al hacerlo el sueño y la vigilia se mezclan y el cuerpo de Felicia es ocupado por las palabras y la memoria de otro. Como en el cuento del sombrero que transfiere recuerdos. Como aquel viejo Golem que renacía con palabras.
Si Mayorga fuera dualista no estaría de acuerdo con Descartes porque no es una res cogitans sino una lengua la que acompaña a cada cuerpo. La lengua no es una lógica transferible sino un logos intraducible. Por eso hay que empezar por los cuentos y no por los algoritmos. Por el del Golem que nos ayuda a entender en qué consiste hacer cosas con palabras. Por ejemplo, recuperar la memoria de una lengua depositada en un libro. O custodiar el legado que alberga un hospital asediado o una torre sin ventanas. En El Golem Mayorga es más poético y más elusivo que nunca porque quiere acercarse al misterio de la lengua. A eso de lo que no se puede hablar ni tampoco callarse. Por suerte, Alfredo Sanzol ha encontrado la forma de llevar al escenario esta reflexión metalingüística en la que todo es a la vez preciso y huidizo. Y lo ha logrado convirtiendo en danza sincopada los sueños de Felicia y haciendo tan poética la coreografía de los cambios entre las escenas que nos parecen oníricos los movimientos de esas barras luminosas que suben o bajan y de esas figuras (¿ayudantes? ¿actores?) que van recomponiendo la ortogonalidad metálica de los espacios. Mayorga y Sanzol han conseguido que (también en esta función escolar) el silencio más radical se apodere del público en una obra de la que se sale sin saber muy bien qué es lo que cautiva pero intuyendo que alberga misterios que uno querría desentrañar. Como la memoria de los antepasados. Como los cuentos de un libro escrito en una lengua extraña. Así que en El Golem encuentro vecindades imprevistas con las mutaciones del Rinoceronte de Ionesco o con los legados generacionales de Incendios y el resto de la tetralogía de Wajdi Mouawad (especialmente Bosques). Ha sido un lujo tener de nuevo a Juan Mayorga en Avilés y poder asistir al encuentro que Alfredo Sanzol y él han ofrecido a los estudiantes antes de la función. Ojalá que se vaya convirtiendo en habitual sacar de Madrid obras como esta. Así el CDN será cada vez más fiel al segundo adjetivo de su nombre.