domingo, 12 de agosto de 2018

La bella Helena

de Jacques Offenbach. Adaptación: Miguel Murillo y Ricard Reguant. Dirección: Ricard Reguant.
una coproducción de Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Rodetacón Teatro.
con Gisela, Leo Rivera, Rocío Madrid, Javier Enguix, Joseán Moreno, Graciela Monterde, Joan Carles Bestard, Clara Alvarado, Pablo Romo, Mikel Hennet, Javier Pascual, Silvia Martí, Joan Codina, Tamia Déniz y Patricia Arizmendi.

12 de agosto de 2018. Ruinas de Cáparra. 64º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Cáparra. 120’ aprox.

Eris encarga a Paris que decida entre Hera, Atenea y Afrodita cuál es la diosa más bella del Olimpo. Él se inclina por Afrodita, que como recompensa le promete que Helena se enamorará de él. Su marido Menelao debería tener algo que decir. Y también Calcas, Agamenón, Aquiles y los dos Áyax.

La extensión del festival de Mérida en Cáparra crece. Casi ha duplicado el número de localidades y en esta segunda edición hay una obra más que el año pasado. Como ya habíamos visto en Mérida Calígula, El cerco de Numancia y La comedia de las mentiras (estupendas las dos primeras), solo nos quedaba La bella Helena para aprovechar la cercanía de este precioso lugar en esta noche de Perseidas. Lamentablemente La bella Helena compite con La comedia de las mentiras en la cantidad de resortes bobos para provocar la risa del público. Es una opereta bufa (muy bufa) que seguramente tenía poco que rescatar del original de Offenbach, pero que en esta adaptación abusa de los chistes tópicos sobre políticos, de la representación casposa de la homosexualidad mariquita y de esa rijosidad reprimida que, con la excusa de que son diosas y reinas griegas, presenta a las muchachas como muy apetecibles y con muchas ganas de entregarse a algún varón. Vamos, la dieta perfecta para la masculinidad más rancia. Un humor tontorrón y un ambiente musical de pacata provocación han hecho que esta noche lo mejor estuviera más allá del escenario: en ese arco con el que el espacio escénico de Caparra recuerda al de Vicenza y en ese cielo extremeño en el que las estrellas eran hoy las diosas más interesantes.