de Federico García Lorca. Dirección y versión: Javier Hernández Simón.
Da gusto ver a nueve intérpretes en el escenario en estos tiempos difíciles. Y verlos en esta lección que es a la vez poética, histórica y escénica. Al crear esta obra Lorca tuvo presente a Torrijos, pero también a Sócrates. Y es que, como a él, a Mariana Pineda también quieren convencerla de que piense en sus hijos y renuncie a la muerte. Los dos pasaron a la historia porque al aceptar su sentencia también estaban pensando en ellos. A Sócrates quienes quisieron salvarlo fueron sus amigos. Con Mariana Pineda lo intentaron un hombre que estaba poseído por el amor y otro que solo quería poseerla. Y es que aquí Lorca no solo está retratando a una mujer heroica. También a tres tipos de masculinidades: la deprepadora (Pedrosa), la cautivadora (Pedro) y la doliente (Fernando). Por más que Lorca multiplicara las indicaciones escénicas, estoy seguro de que estaría encantado con este trabajo en el que Javier Hernandez Simón consigue que unas puertas oscuras y móviles puedan ser metáfora de un espacio doméstico que quisiera renegar del encerramiento. Junto a ellas los hilos rojos se convierten en urdimbre para el telar de esta Mariana-Penélope, en red en la que quedará atrapada y también en jaula para esperar el final. Todos los intérpretes están magníficos componiendo a veces elementos coreográficos que apuntan al flamenco y a la danza. Pero hay que subrayar esa forma magnífica con la que Laia Marull interpreta la pasión y muerte de aquella mujer. Se me antoja discípula aventajada de la mejor cadencia lorquiana: la de Nuria Espert.