Texto y dirección: Juan Mayorga.
Coproducción: Centro Dramático Nacional, Avance Producciones Teatrales, Entrecajas Producciones Teatrales, García-Pérez Producciones.
con María Galiana, José Luis García Pérez, Ivana Heredia, Julia Piera, Tomás Pozzi y Clara Sanchís.
26 de abril de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox.
Coproducción: Centro Dramático Nacional, Avance Producciones Teatrales, Entrecajas Producciones Teatrales, García-Pérez Producciones.
con María Galiana, José Luis García Pérez, Ivana Heredia, Julia Piera, Tomás Pozzi y Clara Sanchís.
26 de abril de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox.
Nadia vuelve perpleja a casa. Allí la esperan para cenar su marido y su hija. Luego llegará su madre y más tarde otros dos invitados. Ella viene de un teatro donde dice que ha sido hipnotizada por un mago. Al parecer la verdadera Nadia seguiría en aquel escenario y la que vemos sería solo un trasunto de ella que ha llegado volando hasta aquí y sigue las instrucciones del mago hipnotizador.
Se levanta el telón y vemos una sala blanca con tres puertas. Por la de la izquierda se viene o se va a ese otro teatro. La de la derecha da a otras habitaciones de la casa de estos personajes. Al fondo hay otra puerta de cristal que da a un balcón desde el que Nadia nos mirará como los peces en los acuarios. En la pared cuelga un espejo frente a nosotros. Así que contemplamos un escenario doméstico contemporáneo que me hace pensar en ese otro espacio especular del que Dalí dijo que si ardiera el Prado, salvaría su aire. Si el teatro (y el arte) tiene algo de grieta que oculta un espejo, Juan Mayorga ha decidido poner ante nosotros un espejo y desvelarnos la grieta que se oculta tras él. El mago es muchas más cosas de las que caben en una reseña. Pero entre todas ellas destaco la manera en que Mayorga consigue conectar la pintura más reflexiva con el teatro más especular. Poniendo a dialogar a Velázquez con Unamuno y con Pirandello (con la ayuda de Jardiel) ha conseguido hipnotizarnos con un dispositivo que parece propio de la comedia más convencional y que consigue que el público se ría con la misma naturalidad con que aplaudiría a un mago que le hiciera ver lo imposible. Pero en ese pacto aparentemente banal en el que no se discute la naturaleza de la cuarta pared, Mayorga va abriendo grietas y descolgando espejos para conseguir que, entre risa y risa, piensen y duden (valga la redundancia) hasta los que creen que a los teatros solo se va a soñar o a reir sobre seguro. Aún con mayor intensidad que en Famélica, Mayorga logra ese prodigio mágico de dar, al mismo tiempo, bastante que reir y mucho que pensar. Así que El mago es apto para todos los públicos pero ningún espectador saldrá indemne de esta obra. Unos quedarán fascinados por ese juego especular que, como en Las Meninas, nos incorpora a la obra que vemos. Otros acompañarán a Mayorga en esos laberintos sobre el desdoblamiento de los relatos, los personajes y los espacios tan presentes en su teatro (El chico de la última fila, El cartógrafo, Himmelweg, Reikiavik...) Otros preferirán ver en este mago los subtextos que remiten a nuestras alienaciones (las del deseo, las del género, las de la vida actual...) Y también saldrán perturbados quienes creen que el teatro es siempre sólido y no suelen encontrar las grietas y los espejos que nos ofrece. Mayorga no solo los hace ver y entender de manera casi inevitable para cualquiera sino que, prolongando la ilusión más allá de la función, nos desvela ese dispositivo mágico que es un escenario descubriéndonos sus resortes mientras estamos aplaudiendo a unos actores inmejorables (todos han estado soberbios en este exigente registro a lo Pirandiel) que reciben emocionados nuestro agradecimiento sincero desde la corbata del teatro dejando tras de ellos esa caja de muñecas que habitaron (o no) sus personajes y que ahora vemos en el aire como si un mago juguetón la estuviera haciendo levitar. A las pocas horas de asistir a esta obra mágica de dimensiones múltiples y complejidad perfecta, vuelvo al Palacio Valdés en la mañana del sábado con alumnos de bachillerato y profesores de varios centros para escuchar otra lección generosa y magistral a cargo de este demiurgo mágico que es Juan Mayorga (el jueves ya lo habíamos escuchado en la gratísima conversación que mantuvo con Rosana Llanos en el ciclo Palabra del Centro Niemeyer). Mientras nos hipnotiza con sus palabras delante del telón de nuestro teatro me fijo en que desde hace casi un siglo hay un gran espejo pintado en el cuatro elíptico de Marta y María que parece estar colgado en ese gran telón rojo pintado que es el propio telón de nuestro teatro. Mientras escucho a Mayorga y pienso en las conexiones que su teatro sugiere entre Las Meninas y nuestro Palacio Valdés me doy cuenta de que quizá trás ese telón esté el espacio escénico que más personajes de Mayorga ha acogido de todo el mundo. Aunque últimamente a algunos de ellos les gusta darse una vuelta por otros escenarios de Avilés. Por ejemplo, ese trasunto del propio Juan que esta tarde se pondrá unas gafas intensamente azules en el escenario íntimo y subterraneo que nos regaló otro mago: el arquitecto de las curvas blancas.