viernes, 13 de julio de 2018

Nerón

de Eduardo Galán. Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer.
una coproducción de Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Secuencia 3.
con Raúl Arévalo, Itziar Miranda, José Manuel Seda, Diana Palazón, Francisco Vidal, Javier Lago, Daniel Migueláñez, Carlota García.

13 de julio de 2018. Teatro Romano. 64º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 100’ aprox.

Frivolidades de Nerón. Las de quien tuvo una madre que asesinó a su padre para que llegara a ser emperador. Las de un tipo amanerado bastante caprichoso y voluble. Las de un amante ambiguo y un esteta sin criterio. Y las del tirano que tocaba la lira y mataba cristianos mientras Roma ardía.

Esta tarde he terminado de leer El lápiz y la cámara de Jaime Rosales. Para él hay diferencias muy notorias entre el cine clásico y el cine moderno. En el segundo, el reclamo principal no son los actores sino la mirada del director, mientras que en el primero prima la transparencia, de modo que el espectador tenga siempre la impresión de que todo lo que ve está sucediendo ante él. Seguramente este Nerón se tendrá por moderno, pero está claro que, al menos en el sentido de Rosales, en absoluto lo es. Tras el estupendo y muy sugerente Calígula de Albert Camus, que dirigió aquí el año pasado Mario Gas, solo se deberían traer a este escenario recreaciones sobre emperadores canallas que trascendieran los tópicos. Y este Nerón no lo hace. Usando los recursos del lenguaje cinematográfico más clásico (en el sentido criticado por Rosales) nos presenta una propuesta de la que solo me han gustado el aspecto general del escenario (bien fotogénico incluso antes de que la obra comience) y el personaje de Agripina (bien intercalado en la historia y bien interpretado por Itziar Miranda). Lo demás aporta poco y apenas escapa de los lugares comunes en el desarrollo general de la obra y muy especialmente en la relación de Ligia con Pablo de Tarso y con Marco Vinicio. Pero lo que peor me ha parecido con diferencia es ese registro que ha de adoptar Raúl Arévalo (el magnífico director de Tarde para la ira) para mostrarnos como ridículo a este Nerón buscando una y otra vez la risa del público con esos ademanes amanerados que tanto gustaba caricaturizar en los tiempos más homófobos. Ahora que la reivindicación LGTBI ha alcanzado notable visibilidad, no deja de ser curioso lo bien que sobreviven (y hasta se refuerzan) esos tics que asocian la homosexualidad masculina con lo patético y lo risible. Por lo demás, habiendo en este país tanta calidad en la escritura teatral y en la dirección escénica y siendo siempre tan agradecido el público de este festival, es una lástima que en Mérida se repitan propuestas tan complacientes como esta. No con el público, sino con lo que algunos (muy poco modernos) creen que será capaz de apreciar.