viernes, 14 de julio de 2017

Calígula

de Albert Camus. Dramaturgia y dirección: Mario Gas.
una coproducción de Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Teatre Romea i Grec 2017 Festival de Barcelona.
con Pablo Derqui, Borja Espinosa, Mónica López, Bernat Quintana, Xavier Ripoll, Pep Ferrer, Pep Molina, Anabel Moreno y Ricardo Moya.

14 de julio de 2017. Teatro Romano. 63º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 110’ aprox.

Calígula ha desaparecido. Hace tres días que Drusila, su hermana y amante, ha muerto y todos creen que esa es la razón por la que el joven emperador se ha ido. Pero cuando Calígula regresa lo niega y hace jurar a Cesonia que le ayudará en todas sus acciones. Esas que, tres años después, ejecutará de forma despiada y pretendidamente lógica.

Aunque quiera tener la Luna y hacer real lo imposible, el Calígula de Albert Camus no es un lunático. Su personaje no es un enajenado. Al contrario, está ensimismado por el poder. "Nada" es la palabra que todos pronuncian al comienzo de la obra. Y "todavía estoy vivo" lo que él grita al final. Así que el aliento existencialista de este impresionante texto es también un intento por llevar hasta el límite el cogito cartesiano y hacerlo en la forma más radical posible. La que solo podría intentar alguien que tuviera un poder absoluto. Un emperador que pretendiera explorar hasta dónde puede llevar el ejercicio de una política carente de cualquier prurito moral, ni siquiera el de preservar el poder. La lógica del Calígula de Camus consiste en realizar la de los demás. Llevar hasta el extremo sus argumentos sin reparar en las consecuencias. Usar el poder para hacer que exista, si no lo imposible, sí lo impensable. Y conseguirlo negando los diferencias entre lo deseable y lo indeseable. La forma de ejercer el poder del Calígula de Camus es, en suma, la de una acción lógica sin impedimentos axiológicos, la de un nihilismo radicalmente coherente. Cuando fue escrito este texto no era solo un ejercicio teatral o filosófico sobre un lejano emperador desquiciado. Era también una reflexión intemporal inspirada en la forma en que se estaba ejerciendo el poder en la Europa de 1944. Así que la obra de esta noche en Mérida cuenta con un texto más que notable. Y Mario Gas lo ha respetado tanto que no ha querido vestir de romanos a sus personajes ni mimetizarlos en el espacio de este teatro bimilenario. Los ha caracterizado como para una ópera de las de ahora, con trajes neutros y maneras atemporales para que sean las palabras y la acciones las que tengan todo el protagonismo. Entre el escenario y la orchestra ha dispuesto una inmensa superficie inclinada (me ha recordado a la que vimos hace solo dos semanas en Inconsolable, el magnífico monólogo de Javier Gomá), un espacio minimalista para sacar el mayor partido a lo mucho que ofrece el texto. Todos los actores están afinadísimos, pero destaca especialmente Pablo Derqui que aporta a este Calígula el punto justo entre el joven desquiciado y el hombre perturbado por las obsesiones existenciales que nos propone Camus. La dirección es impecable, tanto en los pasajes más dialogados del texto como en momentos tan complejos y dionisiacos como los del comienzo del tercer acto en que el emperador se traviste de una Venus que es casi LGTB aquí. Así que este Calígula ha sido una experiencia memorable en Mérida. Aunque imagino que con esta escenografía también funcionará muy bien en teatros cerrados. Eso sí, con un texto tan magnífico como el de Albert Camus, creo que aún es más evidente eso que siempre defiendo: que el buen teatro se disfruta mucho más si uno lo ha leído antes.