sábado, 3 de diciembre de 2016

El grito del contrabajo

una adaptación de El Contrabajo de Patrick Süskind. Dirección: David Lorente.
con Roberto Dragó y Ernesto Dragó.

3 de diciembre de 2016. Centro Niemeyer (Club), Avilés. 60’ aprox. Ciclo Off-Niemeyer.


Un contrabajista piensa sobre la relación con su instrumento en una habitación insonorizada. Lo reivindica y lo detesta apasionadamente. Su soliloquio es existencial y musicológico a la vez. En su pensamiento está también presente una joven soprano que le resulta inalcanzable. Pero todo podría ser distinto si en la función de esta noche se oyera su grito. El grito del contrabajo.

En este año se han cumplido treinta de muchas cosas. También de la publicación en español del magnífico texto que motiva esta obra. En el ochenta y seis yo no podía prever lo oportuno que llegaría a ser que Süskind hubiera llamado señora Niemeyer a la vecina del protagonista de El Contrabajo. Como tampoco podía intuir entonces la relación entre el inolvidable concierto del contrabajista israelí que practicamente inauguró este club escénico del Niemeyer hace cinco años con lo que hemos vivido en él esta noche. Así que, tras lo de ayer en el Palacio Valdés, ha sido un regalo este extraordinario off que, con una disposición de la sala muy novedosa (sin escenario y con tres pequeñas gradas alrededor del contrabajo), nos ha hecho disfrutar de una hora de teatro íntimo pero mayúsculo. David Lorente ha sabido sacarle el mejor partido al impresionante texto de Süskind (en el teatro lo tengo claro: venir leído multiplica el disfrute de una obra, así que esta mañana volví a leer ese librito que había comprado en Ojanguren en aquel lejano septiembre). Y lo ha hecho desdoblando al personaje con estos dos magníficos intérpretes. Desde su silencio, solo roto para tocar el contrabajo, Ernesto Dragó ha puesto emoción en el rostro, en las manos y en las maneras de un personaje doliente cuyos pensamientos, a veces eufóricos, ha expresado impecablemente un Roberto Dragó que ha sabido ocupar con su zumbón soliloquio todo el espacio entre el instrumento (amado y odiado) y la habitación insonorizada (que podría ser también la propia cabeza) de un músico. Escuchar a Roberto y mirar a Ernesto ha sido esta noche una experiencia teatral única que quizá ni el propio Súskind hubiera previsto para su magnífico monólogo. Quien no haya podido disfrutar de esta maravilla quizá pueda intuir lo que se ha perdido leyendo el texto de Süskind. O escuchando un contrabajo. Por ejemplo, el de Avishai Cohen, como estoy haciendo yo ahora.