de Mario Vargas Llosa. Dirección: Magüi Mira.
Una producción del Teatro Español y Pentación Espectáculos.
con Ana Belén, Ernesto Arias, Jorge Basanta, Eva Rufo y David San José.10 de octubre de 2014. Pazo da Cultura, Narón. 100’ aprox.
En una buhardilla de Paris Kathie describe episodios exóticos de sus viajes y Santiago Zavala los va convirtiendo en relatos apasionados. Ella pertenece a la alta sociedad limeña. Él es un hombre de letras. Los dos comparten la insatisfacción con sus matrimonios y la amargura por los amores que no pudieron ser.
Esta breve escapada gallega nos ha permitido encontrarnos en el faraónico Pazo da Cultura de Narón con la segunda de las obras de la trilogía teatral de Vargas Llosa que Natalio Grueso tuvo el acierto de programar en el Español. Allí vi el año pasado La Chunga, un espléndido montaje de Juan Ollé sobre un texto poderoso estupendamente interpretado por Aitana Sánchez-Gijón, Asier Etxeandía e Irene Escolar con unos secundarios soberbios. La tercera es El loco de los balcones que hasta la próxima semana sigue protagonizando José Sacristán. Ya no podré verla en Madrid pero intentaré no perdérmela si sale de gira. Kathie y el hipopótamo es menos intensa que La Chunga. Su tema es el de los usos amorosos de esa burguesía limeña que siente que Miraflores o San Isidro son como barrios exquisitos de Londres, París o Nueva York. Un ecosistema que Vargas Llosa conoce bien y que lleva al teatro a partir de una surrealista experiencia que tuvo cuando trabajó como escritor por horas para una señora. Ana Belén interpreta bien las distintas edades de un personaje que a veces canta en francés (magníficamente, como es obvio) con el acompañamiento al piano de David San José. Ernesto Arias está eficaz como ese intelectual que le da la réplica con aires de la Gauche divine. También están bien Eva Rufo y Jorge Basanta (magnífico en las escenas de surf) como los respectivos marido y esposa de esos matrimonios fracasados. El montaje de Magüi Mira consigue que las evocaciones sobre las vidas de los cuatro se vayan intercalando con agilidad e interés. Tan solo algunos momentos en que el personaje de Ana Belén parece deslizarse hacia el folletín desentonan en una obra que pretende ser una disección social y sentimental de una burguesía latinoamericana que en un tiempo pudo tener veleidades utópicas. Por lo demás, aunque estaba lleno, el diseño de este gran auditorio de Narón y una amplificación bastante notoria hacían algo desangelada esta experiencia teatral, tan distinta de la habitual calidez de nuestro Palacio Valdés. Eso sí, las butacas de este pazo gallego son infinitamente más cómodas.