sábado, 3 de marzo de 2018

La cantante calva

de Eugène Ionesco. Versión: Natalia Menéndez. Dirección: Luis Luque
producción: Pentación espectáculos y Teatro Español.
con Adriana Ozores, Fernando Tejero, Joaquín Climent, Carmen Ruiz, Javier Pereira y Helena Lanza.

3 de marzo de 2018. Centro Niemeyer, Avilés. 80’ aprox.

El señor y la señora Smith reciben. El señor y la señora Martin llegan. Hay también una sirvienta. Y un bombero buscando incendios. Todo muy inglés. Muy cotidiano. Y muy absurdo.

En el programa de mano se recuerda que Ionesco quedó bastante extrañado con las risas del público durante el estreno. A mi también me han sorprendido algunas que ha habido esta noche. Al explorar los automatismos del lenguaje y los límites de los usos sociales Ionesco hacía de forense de lo cotidiano. Así que los diálogos espasmódicos y las logorreas sincopadas de los personajes de La cantante calva tienen algo de autopsia, de retrato descarnado (como los cuadros de Francis Bacon) del mundo cotidiano. En España Tip y Coll hacían algo de eso y daban mucha risa. Pero lo mejor de aquella pareja no era que hacían reír sino que hacían pensar. El extrañamiento al que Ionesco somete al lenguaje puede parecer chocante e, igual que ellos, mover a risa. Pero su principal intención es más bien decaparlo, retirar sus letanías y mostrar qué se oculta tras el encadenamiento de las palabras. En La cantante calva ese ejercicio es brillante, pero será mucho más intencionado en obras como El rey se muere y, sobre todo, en Rinoceronte. De esta última vimos hace tres años una versión magnífica de Ernesto Caballero en el María Guerrero. La de La cantante calva de Luis Luque es también memorable. La puesta en escena es impecable con un espacio tan bien definido por ese punto de fuga radical en la puerta lejana, esa bandera británica que hace de telón transparente y esa esfera ocular que puede convertirse en reloj o en la mismísima reina de Inglaterra que nos despide al final. También los seis actores han estado magníficos componiento ese entramado discursivo dislocado que les exige una gran complicidad para expresar de modo coral las incoherencias y metacoherencias de sus personajes. Así que el intenso aplauso del público que esta noche volvió a llenar el Niemeyer fue más que merecido.

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