Una producción de Pentación Espectáculos.
con Héctor Alterio, Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González.
22 de abril de 2016. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.
Andrés está perdiendo la memoria y no entiende lo que pasa. La insistencia de su hija en que tenga una cuidadora. La ausencia de su otra hija de la que últimamente no sabe nada. Las reacciones de un yerno al que no acaba de reconocer. Los cambios en esa casa que ya no parece la suya. Y ese reloj que tanto necesita y que nunca sabe dónde está.
Noche de estreno en el Palacio Valdés. Héctor Alterio vuelve a regalarnos una lección de buen teatro encarnando la confusión creciente de un personaje que genera angustia en su hija, ternura en las cuidadoras y hartazgo en el yerno. Para el espectador el sentimiento que despierta es, sin duda, la compasión. Vamos padeciendo con Andrés la extrañeza por todo lo que vemos, por los cambios en un espacio que al principio nos es muy grato y al final resulta extraño y desangelado. Comprendemos perfectamente su desazón por no reconocer del todo a quienes le rodean, por recordar bien algunas cosas que han dicho y no saber dónde y cuándo han sucedido otras. Es compasión lo que sentimos porque como espectadores tenemos las mismas dudas que este anciano angustiado que nota que su casa (y su cabeza) va dejando de estar amueblada, que ni siquiera sabe si sigue viviendo en ella y que sufre continuamente porque no encuentra su reloj. A la vez que sentimos pena por este hombre extrañado nos palpamos nuestra muñeca alegrándonos de que nuestro tiempo siga estando en su sitio y de que nos sepamos disfrutando, aunque sea desorientados, con lo que hoy se nos muestra en el escenario. La puesta en escena parece al principio convencional, pero José Carlos Plaza consigue sacarle el mayor partido al texto de Florian Zeller en el que me han parecido especialmente oportunas esas repeticiones de pasajes que ponen de manifiesto que la continuidad de la vida también depende de los rituales del lenguaje. Entre los dos han conseguido que el punto vista del espectador sea el de este anciano que se va desmemoriando. Así El padre no es una historia más sobre el Alzheimer sino una historia desde el Alzheimer. Una obra que no sería tan singular si no estuviera protagonizada por este actor magnífico que a sus ochenta y seis años, la edad de mi padre, mantiene intacta la fuerza y la pasión por hacer bien lo que le gusta y por seguir haciéndolo como nadie. Igual que mi padre.