de Dan Gordon. Versión y dirección: Magüi Mira.
una producción de Pentación Espectáculos.
con Lolita Flores, Luis Mottola, Antonio Hortelano y Marta Guerras.
9 de agosto de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.
una producción de Pentación Espectáculos.
con Lolita Flores, Luis Mottola, Antonio Hortelano y Marta Guerras.
9 de agosto de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.
Aurora y su hija Emma están muy unidas. Y eso que no se soportan y no dejan de hacerse reproches. Aurora es viuda desde hace tiempo y ahora le hace tilín un vecino seductor que antes fue astronauta. Emma se ha casado con un profesor algo pánfilo con el que comparte una hija y luego una separación. La relación entre los cuatro resulta bastante animada. Hasta que el cáncer de Emma lo cambia todo y revela la fuerza del cariño.
No era fácil. La película de James L. Brooks ya tiene treinta y seis años y el tiempo se le nota al interés de una historia que tiene en el cáncer de la hija el rubicón entre la comedia y el drama. De modo que, al margen de las estupendas interpretaciones de Shirley MacLaine y Jack Nicholson, lo que sigue conservando más valor de aquella historia es el conmovedor papel de los niños y los dilemas que acercan a Emma a la Ann de Mi vida sin mi (aquel dramón de Isabel Coixet). Así que, al prescindir de ellos y acentuar los perfiles cómicos de las relaciones entre los adultos, Magüi Mira convierte aquel melodrama otra cosa. Ello no empaña la dignidad de la propuesta escénica o la pertinencia de mantener en escena a los actores silentes cuando sus personajes no intervienen. También están correctos los cuatro intérpretes, aunque me ha gustado especialmente Marta Guerras a la que ya vimos hace cuatro años haciendo un trabajo estupendo en aquella magnífica Trinidad de Ana Valbuena que tuvimos la suerte de tener en el off del Niemeyer. Su personaje en esta obra es complicado por excesivo pero ella borda esa caricatura de una adolescente histérica actual y seguramente desarrollaría también con solvencia su momento más dramático si hubiera tenido más recorrido a esa parte. De Lolita sigo añorando papeles tan extraordinarios como el de la Colometa de La plaza del diamante que dirigió Joan Ollé y que también vimos aquí hace cinco años. Ella tiene mucha fuerza interpretativa pero no es en modo cómico ni trágico donde la encuentro mejor. Es en la contención de los monólogos sobrios y sinceros donde consigue emocionarme hasta la lágrima. Ojalá vuelva a protagonizar pronto otras historias que le resulten tan propicias como aquella. Por lo demás, sigo lamentando esta tendencia a amplificar las voces en espacios que no lo requieren. Eso no hace más que falsificar el trabajo de los actores y pervertir la experiencia teatral acercándola a otro tipo de espectaculos hipertecnificados que no tienen una historia bimilenaria. Pero lo que me resulta ya insoportable es la obscenidad con que no solo oímos el dispositivo sino que también lo vemos al obligar a los actores a llevar bajo los calzoncillos esos paquetes digitales o esos cables pegados por la espalda en obras que, como esta, tienen una acusada querencia por la lencería.