viernes, 15 de febrero de 2019

Copenhague

de Michael Frayn. Dirección: Claudio Tolcachir.
Producciones Teatrales Contemporáneas.
con Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez.

15 de febrero de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.

En 1941 Heisenberg visitó a Bohr en Copenhague. Era el reencuentro entre dos amigos, así que bien pudo ser una reunión entrañable. Pero Dinamarca había sido ocupada por los alemanes, así que aquella reunión también pudo enfrentar a dos hombres que tuvieron cierto papel en la carrera por desarrollar la bomba atómica. No es posible determinar exactamente la posición de cada uno en esa contienda ni la velocidad con que el resultado de esa reunión pudo condicionar sus trayectorias posteriores. Así de complejo pudo ser aquel encuentro  en la ciudad que había dado nombre a su interpretación de la mecánica cuántica.

Complementariedad e incertidumbre. Ese también podría ser el título de una obra que trata de ética y de ciencia, de historia y de política, del poder y los límites del conocimiento. Pero Copenhague también trata de las relaciones discontinuas entre dos amigos en bandos enfrentados. De la lealtad y los recelos. De lo que une a un discipulo y a un maestro y de los instantes cruciales que pueden separar para siempre a un padre de un hijo. Y para que la observación de ese sistema inestable sea posible, también está en el escenario la mujer de Bohr, interpretando y modulando las interferencias entre estos dos seres que hablan de electrones casi desde el punto de vista de Dios. Ambos estaban empeñados en conocer y manejar todas las variables, pero también obligados a asumir su responsabilidad sobre el destino de muchos seres humanos. Una situación comparable a la del joven que ha de decidir en un instante su trayectoria mientras esquía o a la del padre que ha de lanzar un salvavidas al hijo que se está ahogando. Complementariedad e incertidumbre. Copenhague es una recreación tan compleja como diáfana sobre lo que pudieron decir y pensar aquellos dos titanes de la ciencia en un baile argumental a cuyo disfrute hemos sido invitados. Una danza armoniosa entre dos seres que compartieron un pasado y cuyas decisiones determinaron un futuro en el que no volverían a encontrarse. Desde más allá de sus vidas, regresan a aquel encuentro en Copenhague para preguntarse una y otra vez por lo que allí sucedió. Como si al volver a vivirlos pudieran comprender mejor unos hechos cuya determinación varía precisamente al observarlos. Complementariedad e incertidumbre. Ideas centrales de esa mecánica cuántica que fundaron los héroes de una historia que aquí son encarnados por tres actores extraordinarios en una obra de apariencia sobria y ejecución exigente. El texto de Michael Frayn es magnífico, con mil capas y subtextos que componen una melodía escénica en la que la forma y el contenido se entreveran. Con Copenhague consigue que lo complejo no lo parezca y que cualquier cerebro atento pueda acercarse a los diálogos posibles entre dos cerebros privilegiados. Pero Copenhague no es solo un texto memorable de Michael Frayn adaptado de forma excelente a nuestra lengua. Es también (y sobre todo) una magnífica muestra de lo que es capaz de hacer Claudio Tolcachir. Mi primera reseña en este blog fue la de Emilia, otra soberbia obra suya que también se estrenó en Avilés. En ella destacaba el carácter cuántico de las relaciones familiares en las historias del fundador de Timbre 4. La intermitencia en lo que sabemos de los personajes, las interacciones entre su pasado y su futuro, sus incertidumbres cotidianas y la complementariedad de sus contradicciones... Son algunas de las señas de identidad del universo teatral de Tolcachir (así lo veo en La omisión de la familia Cóleman, Tercer cuerpo, El viento en un violín o Próximo). De hecho, hasta ahora consideraba que el Tolcachir autor (y el creador de Timbre 4) es más fiel a esos rasgos cuando dirige sus propias obras que cuando se enfrenta a textos ajenos. Pero Copenhague refuta mi tesis. Quizá porque el Copenhague de Frayn también parece de Tolcachir. Quién sabe, pudiera ser que el británico y el argentino no sean realmente el autor y el director de esta obra sino dos manifestaciones compatibles de una misma identidad conectada por esos pasajes espacio-temporales que unen a los teatros. Complementariedad e incertidumbre.