una producción de Buxman Producciones con la colaboraciónde la Comunidad de Madrid.
con Fernanda Orazi, María Morales, Jesús Noguero e Israel Elejalde.
30 de septiembre de 2017. El Pavón Teatro Kamikaze, Madrid. 105’ aprox.
Cuatro personajes ensayando una obra. Son dos actrices, el autor y el director. Pero también son dos parejas que llevan veinte años compartiendo vida, afanes teatrales y sueños generacionales. Pero en un instante todo eso se rompe. Una fugaz mirada adúltera desata el desastre. Y libera un torrente de reproches sobre la vida que llevan, sobre lo que quisieron ser y sobre lo que son ahora. Primero habla la actriz que descubre la traición y dinamita la estructura de este grupo que se creía muy estable. Luego toma la palabra la otra mujer y reivindica la posibilidad y el derecho de amar a dos hombres. Después será el autor quien se defienda. Y finalmente el director cerrará este ensayo interpelando a los jóvenes que los contemplan. A esa generación a la que la nuestra no parece tener nada que dejar.
Tras el descubrimiento del teatro de Pascal Rambert en el Palacio Valdés con La clausura del amor, nos resultaba inevitable venir a Madrid para ver su segunda obra en colaboración con los del Kamikaze, que tan merecidamente han recibido esta semana el Premio Nacional de Teatro. Frente a nosotros un escenario desnudo iluminado, como en la anterior, por veinticuatro fluorescentes blancos. En torno a una mesa van a preparar una obra cuatro seres que comparten profesión, afanes y vidas. En lo que dura un parpadeo estalla un conflicto que, como en La clausura del amor, se desarrollará en monólogos sucesivos. Pero si en aquella pareja inolvidable que interpretaban Israel Elejalde y Barbara Lennie el tema era el (des)amor y su subtexto el lenguaje, aquí estos cuatro combatientes de la palabra y de la vida multiplican los ámbitos de la contienda. Es un texto impresionante otra vez sobre el amor, pero también sobre el teatro y sobre las utopías incumplidas. Las de cada uno y las de todos. Pero sobre todo, es de nuevo una reflexión honda y lúcida sobre el lenguaje y sobre la vida. Sobre el arte y sobre la escena. Un huracán de soliloquios extraordinarios que atrapan el cerebro y el corazón del espectador como pocas veces sucede en un teatro. Son casi dos horas de torbellinos verbales intempestivos, de reflexiones en voz alta a tumba abierta. La que parece que va a tragarse a este grupo que se consideraba una estructura y que ahora vemos a punto de colapsar. Pero también podría ser la intensidad infinita de los pensamientos que podrían intuirse en apenas un parpadeo, en el tiempo que dura la fugaz mirada entre un hombre y una mujer. Pascal Rambert no es solo el autor de un texto más que superlativo (se hace difícil adjetivar sobre una obra en la que todo es radicalmente sustantivo). También es el director que consigue que estos cuatro actores impresionantes se sientan completamente libres para moverse por un escenario que es una sala de ensayos en la que nosotros contemplamos lo que no se puede ver: la estructura y su derrumbe, el texto y su hipertexto, el teatro y lo que está más allá de él... El de Rambert es un teatro filosófico que supura poesía. O un teatro poético que obliga a filosofar. A pensar más allá del lenguaje. A partir de lo mucho que sus personajes dicen para interpelar a los que vendrán, a esa generación a la que el director, que también es Rambert, se dirige al final. Tenemos mucha suerte en España teniendo a los del Kamikaze. Y tenemos mucha suerte con esa sintonía perfecta que ellos tienen con ese autor extraordinario que es Pascal Rambert. Perece que seguirán haciendo más cosas juntos. Ojalá que las podamos ver en Avilés. Si no, no hay ninguna duda: habrá que venir sin falta a Madrid y reservar con tiempo en el Pavón.