Una coproducción del Grec 2016, Festival de Barcelona y Velvet Events S.L..
con Pedro Casablanc y Samuel Viyuela.
10 de febrero de 2017. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox.
Una actor veterano entra en un escenario para una prueba. Allí no está el director que lo ha citado sino su joven ayudante. Durante la espera Feuerbach habla de su pasado en el teatro, de su relación con los directores, de sus dotes interpretativas. Se lo cuenta a ese joven que no lo conoce y al que él parece despreciar. En su soliquio se le escapan sin querer los motivos por los que ha estado fuera de escena en los últimos siete años.
Nada más salir, Feuerbach pide luz y pregunta si alguien lo ve. Sí. Lo vemos. Y será imposible dejar de mirarlo porque quien interpreta durante hora y media este oportunísimo papel es nada menos que el gran Pedro Casablanc. El texto de Tankred Dorst es prácticamente un monólogo sobre un actor que sin querer muestra y demuestra lo que para él es el teatro. Un soliloquio con un único espectador muy bien interpretado por Samuel Viyuela que ha sido capaz de resolver brillantemente el difícil reto de dar la réplica a Casablanc y estar a su altura. Por la idea y por la impecable puesta en escena, este Yo, Feuerbach me ha recordado desde el principio a la magnífica La Venus de las pieles. Pero no la de David Ives que David Serrano trajo aquí hace tres años, sino a la espléndida adaptación que Polanski hizo de la novela de Leopold von Sacher-Masoch en su magnífica película, la más teatral que recuerdo. En Yo, Feuerbach también hay una obra futura en la que falta un intérprete y un diálogo asimétrico con un director en un escenario. Pero aquí no es la tensión sexual, sino la generacional, la que centra este drama perturbador sobre un actor perturbado. Con un planteamiento poderoso y momentos muy destacados (la escena de los pájaros es extraordinaria) el texto de Tankred Dorst es sugerente y atractivo. Pero es Pedro Casablanc quien lo convierte en una obra única y memorable. Con esa voz capaz de llenar y enmudecer cualquier teatro (qué pertinente resulta con él ese pasaje en el que Feuerbach habla del silencio del público), con esa dicción perfecta que sabe acelerar, desgarrar o convertir en irónica a su antojo y con esa presencia rotunda de animal escénico incomparable, Pedro Casablanc demuestra que le sobran recursos para bordar y llevar adonde quiera lo que propone este exigente texto. De hecho, con él todo resulta fácil. Y hasta parece que este Yo, Feuerbach se le queda pequeño si uno recuerda lo que llegó a hacer en el inolvidable José K. torturado de Javier Ortiz que vimos hace cinco años en aquellos primeros off avilesinos que tuvieron su sede en Los Canapés. O en ese esfuerzo titánico (que con él no lo parecía) en Hacia la alegría de Oliver Py que disfrutamos en La Abadía hace un par de años. O con esa mutación increíble por la que, solo una semana después, se convirtió en Barcenas en el off del Niemeyer. Monólogos (o casi) que, como el de hoy, demuestran que Pedro Casablanc está en lo más alto del olimpo de la escena actual. Así que ha sido otra noche memorable en la que ha quedado claro que, tras ser interpretada por él, Yo, Feuerbach nunca podrá ser mejor.