Autor: Harold Pinter. Dirección y adaptación: Daniel Veronese.
Producciones Teatrales contemporáneas.
con Miguel Rellán, David Castillo, Fran Perea, Alfonso Lara, Juan Carlos Vellido y Silma López.
con Miguel Rellán, David Castillo, Fran Perea, Alfonso Lara, Juan Carlos Vellido y Silma López.
2 de septiembre de 2022. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.
Teddy vuelve de América con Ruth a la casa de su familia en Londres. Allí viven su padre Max, su tío Sam y sus hermanos Lenny y Joey. Ellos ni siquiera saben que está casado y que tiene tres hijos. Los cuatro forman una familia arisca y asfixiantemente masculina. Así que el regreso de Teddy y la presencia de Ruth desvelarán y cambiarán muchas cosas. También para estos.
Soy devoto de Pinter. Así que de este texto, con este elenco y con la dirección de Veronese ya me esperaba lo mejor. Y la verdad es que esta noche de estreno ha sido extraordinaria. Absolutamente todo ha estado fascinante. Por ejemplo, lo bien que Veronese ha entendido la potencia del texto y la forma en que ha sabido modular los tiempos y las transiciones para aprovechar al máximo esa combinación de naturalismo sórdido y comedia inquietante tan propia de Pinter. Y qué decir de Miguel Rellán en el papel de Max, con esa presencia hipnótica y total cuando habla, cuando apostilla, cuando se mueve, cuando calla y hasta casi cuando su personaje no está en escena. O de Fran Perea y David Castillo que han estado perfectos en los papeles de esos hermanos menores de maneras intensas, turbias, atormentadas y esquivas. O de Juan Carlos Bellido clavando el papel de Teddy, el personaje que más tiene que perder. O de Alfonso Lara interpretando magníficamente a ese Sam doliente y sensato que tanto ha perdido ya (la mirada moral de este personaje podría ser en cierto modo un trasunto de la del objetor de conciencia que fue el propio autor). O de Silma López que consigue hacer del personaje de Ruth el contrapunto al de Max dándole además la mayor hondura a esos momentos detenidos en los que ella absorbe toda la atención y sus gestos se convierten en espectro poético. En este inquietante microcosmos familiar se van trenzando juegos de simetrías entre lo que vemos y lo que no. Porque lo que no sabemos de los presentes resulta tan importante como la atracción de los ausentes: los tres hijos que ha tenido Teddy igual que Max, el secreto de Ruth y los de la madre de su marido, aquel amigo llamado McGregor con el que Max compartió a su mujer. Y es que el fuera de campo se ubica directamente en la mente del espectador, obligado a llenar los huecos y a interpretar los puntos de fuga, a imaginar qué hicieron Ruth y Joey durante esas dos horas en la habitación de arriba o a buscar las simetrías entre la tesis de la filosofía académica de Teddy en el ejemplo de la mesa (quizá un guiño de Pinter al conocido ejemplo de Russell en Los problemas de la filosofía), la antítesis de la filosofía mundana de su hermano Lenny que reniega de lo trascendente y la síntesis a la que apunta Ruth con su inteligente reflexión cuando pone la pierna sobre la mesa. Y en medio de este animalario que no deja de porfiar, Veronese ha decidido puntuar algunas de sus dentelladas con unas desconcertantes risas enlatadas que acabarán por ser menos impertinentes que las del propio público cuando se acerca esa desoladora propuesta del tramo final con la que Pinter lleva al extremo y denuncia unas pulsiones machistas para las que las mujeres solo pueden ser madres venerables o putas despreciables. Por eso es tan acertado ese final que le da el mayor protagonismo al personaje de Ruth y la salida hacia el fondo de un Sam aturdido que bien podría ser el propio Pinter regresando a las cocinas de
la creación escénica. Un final que Veronese ha decidido prolongar evitando el oscuro en el escenario ya vacío y trasladándonos una leve luz ante la que no sabemos bien cuándo deberíamos romper el silencio. Quizá para que, como debe ser, lo preservemos unos instantes para poder pensar sobre lo que hemos visto. Otro acierto más de un director que, por si fuera poco, nos regala en el dossier un texto magnífico sobre el cariz de una historia a la que creo que le ha añadido un sugerente preámbulo con ese pequeño relato de la casa de madera que no encuentro en el texto. Retorno al hogar es, por tanto, una joya. Y esta noche de estreno ha sido memorable.
Así que nadie debería perderse lo que han hecho Veronese, Rellán, Castillo,
Perea, Lara, Vellido y Silma López con este turbador texto del gran Harold Pinter.