de Julián Ortega. Dirección: Dann Jemmett.
Una comedia existencial con equívocos lingüísticos, un retrato familiar con elementos metafísicos y una historia costumbrista con intenciones críticas. Con Ira (pero sin ella) Julián Ortega nos ofrece un texto con voluntad de integrarse en ese género del surrealismo poético y el hiperrealismo filosófico que con mimbres incluso cómicos logra una notable profundidad de campo a partir de historias mínimas. Estoy pensando en los textos de autores tan extraordinarios como Denise Despeyroux, Pablo Remón o Lucía Carballal. Ira es una historia menos compleja y menos dislocada pero consigue mantener el interés del espectador y provocar algunas risas que suenan mejor en este regreso al teatro tras el segundo cierre del año por motivos pandémicos. La puesta en escena es sencilla pero muy acertada con esa casa giratoria en la que la cocina y el baño son lugares opresivos que le van muy bien a la historia. También están muy compenetrados Julián Ortega, que interpreta muy bien su propio texto, y una Gloria Muñoz siempre impecable en la dosificación de los gestos, en la precisión de ese lenguaje popular que no suena impostado y en esa dicción tan hermosa que hace inolvidables otros trabajos suyos. Por ejemplo, aquella delicia medio ronlalera que vimos hace dos años en Alcántara y que llevaba por título Mestiza.