sábado, 23 de febrero de 2019

El precio

de Arthur Miller. Dirección: Silvia Munt.
una producción de Bitò.
con Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert.

23 de febrero de 2019. Centro Niemeyer, Avilés. 115’ aprox.

En el viejo desván de la casa del padre, Víctor y su mujer hablan sobre la posibilidad de jubilarse con lo que saquen de la venta de los muebles que allí se amontonan. Están esperando a que llegue el tasador y quizá también el hermano. Víctor es un policía que detesta un trabajo que tuvo que asumir para ocuparse de su padre. Su hermano es un cirujano de éxito al que hace dieciséis años que no ve y que se alejó muy pronto de ellos. El tasador que llegará es un anciano muy orgulloso de su ética que ofrece a Víctor un precio moderado. El encuentro entre los hermanos será la ocasión para los reproches sobre los motivos del desencuentro de tantos años.

El valor de los objetos familiares. El peso del pasado en las encrucijadas vitales. Las coartadas que justifican las inercias de la vida. La posibilidad de una relación fraterna tras la desaparición del padre. La abnegación y la independencia como máscaras del victimismo y la desidia. De todo eso y de mucho más trata El precio, un texto excelente de Arthur Miller al que no se le nota que ya ha cumplido cincuenta años porque de lo que trata es de algo tan intemporal como las relaciones familiares. El espacio de un desván tan abigarrado como desangelado, tan clásico como abstracto, es el lugar ambiguo en el que Silvia Munt confronta a esos cuatro personajes en torno a los recelos entre los dos hermanos y a la culpabilizadora relación con un padre cuya ausencia está impecablemente presente en la centralidad de un sillón vacío. El diálogo inicial entre Víctor y su mujer nos coloca ante la encrucijada que plantea una jubilación decidible (y ante el desasosiego de una mujer lúcida con una vida vicaria). La llegada del tasador, casi desde el otro lado de la jubilación, pone a los objetos en el centro de atención con motivo de su precio, del desequilibrio entre su valor de (des)uso y su valor de cambio. Y también nos hace pensar en la temporalidad de las cosas y de las vidas. Son dos preámbulos perfectos para el verdadero combate entre esos hermanos que en este reencuentro tendrán un espejo en el que contemplar sus miserias y las justificaciones que han ido construyendo para considerar asumibles los rumbos de sus vidas. El texto es excelente y la dirección, precisamente por contenida, también es perfecta. Pero El precio no sería la magnífica obra que hemos visto esta noche si no estuvieran tan impecables sus cuatro actores. Elisabet Gelabert, que ha sabido dar el tono justo a un personaje quizá menor, pero que sirve al espectador de observador participante y de contrapunto en el combate entre estos hermanos. Gonzalo Castro, que con un peinado, un traje y unos ademanes tan bien modulados nos ha hecho olvidarnos del actor para ver a ese americano de éxito desbordante y culpabilidad a buen racaudo. Tristán Ulloa, que con elegante e impertinente uniforme de policia ha conseguido expresar magníficamente la desazón y la amargura de un personaje que se sabe o se pretende tierno. Y, por supuesto, Eduardo Blanco, un portento de voz y gestualidad que consigue que veamos a ese impresionante anciano razonable que a algunos no ha recordado (solo en el físico) a un Gustavo Bueno resucitado y desmejorado. El precio es, en suma, un texto clásico propicio para una puesta en escena de maneras clásicas y para un pugilato actoral también muy clásico. Es cierto que los mimbres clásicos no son garantía de nada. Pero Arthur Miller y Silvia Munt han demostrado esta noche que tampoco son ningún inconveniente para el mejor teatro.

viernes, 22 de febrero de 2019

Bojiganga

dirección y texto: Sergio Gayol.
una producción de Teatro del Cuervo
con Bárbara Rodríguez, Alejandro Hidalgo, Ángela Tomé, Lidia Méndez y Paula Del Estal.

22 de febrero de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Ciclo "Hecho en Asturias". Estreno absoluto.

Bojiganga es uno de los tipos de compañías de teatro que deambulaban por España en el Siglo de Oro. Cuatro actrices y un actor apasionados por el teatro pero sin ningún éxito hasta ahora deciden inventarse una Bojiganga y recrear el repertorio clásico para probar suerte por España. Con la ayuda de textos de Lope de Vega, Calderón y Cervantes (también de Molière y de Shakespeare) intentarán darse a conocer más allá de las redes sociales. Concretamente en Zaragoza, Valladolid, Sevilla y Madrid. 

Con siete palieres de madera, unos vestidos más o menos de aquella época y muchas ganas de hacerlo bien, los del Teatro del Cuervo van hilvanando las cuitas habituales en los teatreros de ahora con los textos y las maneras del teatro clásico español. Hay mucho esfuerzo y buenas ideas en esta Bojiganga apta para todos los públicos (de hecho, les encantó a algunos de mis alumnos que, tras el éxito de las invitaciones a los ensayos generales de los últimos estrenos nacionales, se han animado a pagar su entrada y venir al teatro otra vez). En esta Bojiganga hay intención de contagiar siempre estusiasmo desde el escenario hasta la última fila del patio de butacas. Es evidente que esta hora y media de textos clásicos trufados de gracietas contemporáneas (o al revés) podrá dar bastante juego en las campañas escolares porque combina muy bien las risas que a buen seguro despertará entre los alumnos con la buena conciencia de esos profesores que necesitan justificación curricular para llevarlos al teatro. En este sentido, Bojiganga es una propuesta interesante y, aunque no pueda compararse con las maravillas ronlaleras, tampoco tiene nada que ver con cosas como la que nos encontramos hace tres semanas en Torrelavega.  

viernes, 15 de febrero de 2019

Copenhague

de Michael Frayn. Dirección: Claudio Tolcachir.
Producciones Teatrales Contemporáneas.
con Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez.

15 de febrero de 2019. Teatro Palacio Valdés, Avilés. 90’ aprox. Estreno absoluto.

En 1941 Heisenberg visitó a Bohr en Copenhague. Era el reencuentro entre dos amigos, así que bien pudo ser una reunión entrañable. Pero Dinamarca había sido ocupada por los alemanes, así que aquella reunión también pudo enfrentar a dos hombres que tuvieron cierto papel en la carrera por desarrollar la bomba atómica. No es posible determinar exactamente la posición de cada uno en esa contienda ni la velocidad con que el resultado de esa reunión pudo condicionar sus trayectorias posteriores. Así de complejo pudo ser aquel encuentro  en la ciudad que había dado nombre a su interpretación de la mecánica cuántica.

Complementariedad e incertidumbre. Ese también podría ser el título de una obra que trata de ética y de ciencia, de historia y de política, del poder y los límites del conocimiento. Pero Copenhague también trata de las relaciones discontinuas entre dos amigos en bandos enfrentados. De la lealtad y los recelos. De lo que une a un discipulo y a un maestro y de los instantes cruciales que pueden separar para siempre a un padre de un hijo. Y para que la observación de ese sistema inestable sea posible, también está en el escenario la mujer de Bohr, interpretando y modulando las interferencias entre estos dos seres que hablan de electrones casi desde el punto de vista de Dios. Ambos estaban empeñados en conocer y manejar todas las variables, pero también obligados a asumir su responsabilidad sobre el destino de muchos seres humanos. Una situación comparable a la del joven que ha de decidir en un instante su trayectoria mientras esquía o a la del padre que ha de lanzar un salvavidas al hijo que se está ahogando. Complementariedad e incertidumbre. Copenhague es una recreación tan compleja como diáfana sobre lo que pudieron decir y pensar aquellos dos titanes de la ciencia en un baile argumental a cuyo disfrute hemos sido invitados. Una danza armoniosa entre dos seres que compartieron un pasado y cuyas decisiones determinaron un futuro en el que no volverían a encontrarse. Desde más allá de sus vidas, regresan a aquel encuentro en Copenhague para preguntarse una y otra vez por lo que allí sucedió. Como si al volver a vivirlos pudieran comprender mejor unos hechos cuya determinación varía precisamente al observarlos. Complementariedad e incertidumbre. Ideas centrales de esa mecánica cuántica que fundaron los héroes de una historia que aquí son encarnados por tres actores extraordinarios en una obra de apariencia sobria y ejecución exigente. El texto de Michael Frayn es magnífico, con mil capas y subtextos que componen una melodía escénica en la que la forma y el contenido se entreveran. Con Copenhague consigue que lo complejo no lo parezca y que cualquier cerebro atento pueda acercarse a los diálogos posibles entre dos cerebros privilegiados. Pero Copenhague no es solo un texto memorable de Michael Frayn adaptado de forma excelente a nuestra lengua. Es también (y sobre todo) una magnífica muestra de lo que es capaz de hacer Claudio Tolcachir. Mi primera reseña en este blog fue la de Emilia, otra soberbia obra suya que también se estrenó en Avilés. En ella destacaba el carácter cuántico de las relaciones familiares en las historias del fundador de Timbre 4. La intermitencia en lo que sabemos de los personajes, las interacciones entre su pasado y su futuro, sus incertidumbres cotidianas y la complementariedad de sus contradicciones... Son algunas de las señas de identidad del universo teatral de Tolcachir (así lo veo en La omisión de la familia Cóleman, Tercer cuerpo, El viento en un violín o Próximo). De hecho, hasta ahora consideraba que el Tolcachir autor (y el creador de Timbre 4) es más fiel a esos rasgos cuando dirige sus propias obras que cuando se enfrenta a textos ajenos. Pero Copenhague refuta mi tesis. Quizá porque el Copenhague de Frayn también parece de Tolcachir. Quién sabe, pudiera ser que el británico y el argentino no sean realmente el autor y el director de esta obra sino dos manifestaciones compatibles de una misma identidad conectada por esos pasajes espacio-temporales que unen a los teatros. Complementariedad e incertidumbre.

viernes, 8 de febrero de 2019

Generación why

Dirección: Andrea Jiménez.
Dramaturgia: Creación colectiva de Teatro en Vilo.
con Noemí Rodríguez, Chiara Goldsmith, Roisin O'Mahony y Andrea Jiménez. 

8 de febrero de 2019. Centro Niemeyer (Club), Avilés. 75’ aprox. Ciclo Off-Niemeyer.

La voz de la directora nos va presentando a las actrices. Noemí es gallega, Chiara italiana y Roisin inglesa. A las tres les pide que nos hablen del futuro, de cómo lo ven desde sus treinta y tantos años. Primero recrean juntas lo felices que fueron en los noventa. Luego cada una se va enfrentando a su futuro. A sus incertidumbres y a sus miedos ante él.

El resumen parece serio, pero la obra es hilarante. Incluso más que Interrumped, aquella maravilla con la que las del Teatro en Vilo nos descubrieron sin palabras en qué podría consistir lo que entonces llamé teatro animado. En Generación Why  estas actrices con mil recursos exploran ese futuro supuestamente perfecto que les agobia para acabar reivindicando un presente continuo por descubrir y disfrutar. Y todo desde un tono intensísimo y aparentemente improvisado (de hecho, a veces lo es) que resulta delicioso. Son cuatro virtuosas del gesto y la evocación que, en cuatro idiomas y con mucha gracia, consiguen que la risa se extienda entre el público sin usar nunca resortes fáciles. En Generación why se habla más que en Interrumped y quizá esta historia sea menos teatral y gestual que aquella. Pero las del Teatro en Vilo vuelven a derrochar dominio del escenario y capacidad para atrapar la atención del público. Todas están estupendas, pero no puedo dejar de destacar ese prodigio de ironía autorreferencial, de expresividad total y de fuerza interpretativa que es Noemí Rodríguez. Al final los intensos aplausos debieron dejarles bien clarito que queremos que vuelvan pronto a Avilés con lo próximo que hagan. Seguro que estará bien.

viernes, 1 de febrero de 2019

La Calderona

Dirección: David Ottone (Yllana). Dramaturgia: Rafael Boeta. Dirección actoral:  Pablo Viña
La Calderona Producciones y Pau Pau Producciones.
con Pablo Paz y Natalia Calderón
 
1 de febrero de 2019. Teatro Municipal Concha Espina, Torrelavega. 80’ aprox.

Las peripecias de la Calderona a ritmo de hip-hop. Ella, sus cuitas con Felipe IV y su final en un convento. Todo con sonido amplificado, mucha música y bastantes resortes para que el público aplauda mucho. Como si se lo estuviera pasando muy bien.

Pobre Calderona. Su historia no parece propicia para el buen teatro. Solo sirve de excusa para obras muy mediocres como La puta enamorada o esta. Y ya es decir mucho porque lo que hacen estos dos actores y el que pincha los discos es más parodia que teatro. Aunque pretende ser una alegre actualización de los clásicos, está claro que Almagro no siempre es garantía de calidad.  La Calderona  es a Ron-Lalá lo mismo que Lina Morgan a Nuria Espert o las obras de Arturo Fernández a las de que escribe Pascal Rambert. La verdad es que en el cartel ya estaba claro lo que cabía esperar de ella. Lástima que no lo hubiera visto antes.