de Arthur Miller. Dirección: Silvia Munt.
una producción de Bitò.
con Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert.
con Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert.
23 de febrero de 2019. Centro Niemeyer, Avilés. 115’ aprox.
En el viejo desván de la casa del padre, Víctor y su mujer hablan sobre la posibilidad de jubilarse con lo que saquen de la venta de los muebles que allí se amontonan. Están esperando a que llegue el tasador y quizá también el hermano. Víctor es un policía que detesta un trabajo que tuvo que asumir para ocuparse de su padre. Su hermano es un cirujano de éxito al que hace dieciséis años que no ve y que se alejó muy pronto de ellos. El tasador que llegará es un anciano muy orgulloso de su ética que ofrece a Víctor un precio moderado. El encuentro entre los hermanos será la ocasión para los reproches sobre los motivos del desencuentro de tantos años.
El valor de los objetos familiares. El peso del pasado en las encrucijadas vitales. Las coartadas que justifican las inercias de la vida. La posibilidad de una relación fraterna tras la desaparición del padre. La abnegación y la independencia como máscaras del victimismo y la desidia. De todo eso y de mucho más trata El precio, un texto excelente de Arthur Miller al que no se le nota que ya ha cumplido cincuenta años porque de lo que trata es de algo tan intemporal como las relaciones familiares. El espacio de un desván tan abigarrado como desangelado, tan clásico como abstracto, es el lugar ambiguo en el que Silvia Munt confronta a esos cuatro personajes en torno a los recelos entre los dos hermanos y a la culpabilizadora relación con un padre cuya ausencia está impecablemente presente en la centralidad de un sillón vacío. El diálogo inicial entre Víctor y su mujer nos coloca ante la encrucijada que plantea una jubilación decidible (y ante el desasosiego de una mujer lúcida con una vida vicaria). La llegada del tasador, casi desde el otro lado de la jubilación, pone a los objetos en el centro de atención con motivo de su precio, del desequilibrio entre su valor de (des)uso y su valor de cambio. Y también nos hace pensar en la temporalidad de las cosas y de las vidas. Son dos preámbulos perfectos para el verdadero combate entre esos hermanos que en este reencuentro tendrán un espejo en el que contemplar sus miserias y las justificaciones que han ido construyendo para considerar asumibles los rumbos de sus vidas. El texto es excelente y la dirección, precisamente por contenida, también es perfecta. Pero El precio no sería la magnífica obra que hemos visto esta noche si no estuvieran tan impecables sus cuatro actores. Elisabet Gelabert, que ha sabido dar el tono justo a un personaje quizá menor, pero que sirve al espectador de observador participante y de contrapunto en el combate entre estos hermanos. Gonzalo Castro, que con un peinado, un traje y unos ademanes tan bien modulados nos ha hecho olvidarnos del actor para ver a ese americano de éxito desbordante y culpabilidad a buen racaudo. Tristán Ulloa, que con elegante e impertinente uniforme de policia ha conseguido expresar magníficamente la desazón y la amargura de un personaje que se sabe o se pretende tierno. Y, por supuesto, Eduardo Blanco, un portento de voz y gestualidad que consigue que veamos a ese impresionante anciano razonable que a algunos no ha recordado (solo en el físico) a un Gustavo Bueno resucitado y desmejorado. El precio es, en suma, un texto clásico propicio para una puesta en escena de maneras clásicas y para un pugilato actoral también muy clásico. Es cierto que los mimbres clásicos no son garantía de nada. Pero Arthur Miller y Silvia Munt han demostrado esta noche que tampoco son ningún inconveniente para el mejor teatro.